Las policías provinciales en la Argentina del presente son cajas podridas con algunas manzanas sanas. Al revés del dicho popular. Las policías provinciales, como las demás de los países de Sudamérica, heredaron el rol de ser las expresiones políticas armadas de los sectores que concentran y extranjerizan las riquezas en pocas manos y que antes estaba depositado en el Partido Militar. Chirinadas.
“A dónde irás con este sol”, se llamaba la hermosa música de Pocho Leyes y sonaba al final de una bellísima película argentina, “Juan Moreira”, del extraordinario Leonardo Favio. En los pasillos de lo que mucho después sería el hospital de Lobos, en la inmensa geografía de la provincia de Buenos Aires, la policía se agolpaba para matar al gaucho “alzado y pendenciero”, como se decía en 1874.
Moreira se abre paso a trabucazos y con su facón hasta que llega a un muro. La música ha alcanzado un pico de tensión en forma simultánea a la emoción por el desenlace. Cuando el rebelde intenta trepar la pared, alguien le clava la bayoneta por la espalda, a traición. Es un sargento de La Boanerense, se llamaba Chirino.
La historia de Moreira se hizo folletín con Eduardo Gutiérrez y mito popular con el circo criollo de los hermanos Podestá.
Cuentan que el suboficial de La Bonaerense perdió un ojo y luego, con el tiempo, murió. Sin embargo su asesinato a traición quedó inmortalizado en la jerga política y popular.
Desde 1930 en adelante, los golpes de estado y los intentos frustrados de desestabilización política en el país del sur del sur suele todavía llamarse como “chirinada”.
El intento de matar por la espalda a algo o alguien que tiene representatividad popular.
Como Juan Moreira, como los gobiernos democráticos.
Los patrulleros ocupados por mujeres y hombres armados y uniformados de La Bonaerense a las puertas de la quinta de Olivos no fue un reclamo salarial, fue un acto político sedicioso que sintetizó tres señales históricas de los últimos cuarenta años.
Las policías provinciales en la Argentina del presente son cajas podridas con algunas manzanas sanas. Al revés del dicho popular.
Las policías provinciales en la Argentina del presente no están democratizadas y plagadas de nichos corruptos que funcionan como las agencias estatales que administran, recaudan e impulsan algunos de los grandes negocios del sistema como son el narcotráfico, el contrabando de armas, la trata de personas y la circulación de autopartes robadas.
Hace falta que se abandone la ya largamente fracasa mecánica de creer que los poderes ejecutivos, nacionales y provinciales, pueden conducir las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales. Es imprescindible que todas las fuerzas políticas con representación legislativa se sumen a esa conducción para que nadie se beneficie con algunos de esos nichos corruptos.
Y las policías provinciales, como las demás de los países de Sudamérica, heredaron el rol de ser las expresiones políticas armadas de los sectores que concentran y extranjerizan las riquezas en pocas manos y que antes estaba depositado en el Partido Militar. Hoy existe en Brasil, Paraguay, Ecuador, Bolivia y Argentina el “partido policial”, destituyente, corrupto y asesino, la expresión armada del creciente fascismo vernáculo.
Una construcción política que ni siquiera puede bancar un gobierno que intenta regular algo del capitalismo y que está en las antípodas de buscar un camino hacia alguna forma de socialismo latinoamericano como alguna vez se soñara en los años setenta, aquello que generó tanto pánico y que terminó en el terrorismo de estado y 30 mil desaparecidas y desaparecidos.
Esas minorías, crueles, ricas y propagadoras del pensamiento irracional que va desde “todos somos Vicentín” a la quema de barbijos, no admiten regulaciones de ninguna dimensión.
Por eso necesitan de la chirinada.
Por eso necesitan de La Bonaerense y La Santafesina SA, entre otras fuerzas políticas armadas.
Lo que no saben es que, inevitablemente, miles de rebeldes seguirán apostando por la vida, el pensamiento crítico, la socialización de la belleza y el sueño colectivo inconcluso de la igualdad, más allá de cualquier chirinada, del pasado, del presente o del futuro.