La muerte de un trabajador por ingestión de un agroquímico y la intoxicación de la quincena de profesionales de la salud en Coronda sintetizan los peligros ante la impunidad del negocio de los agrotóxicos. Una nueva liberación de los venenos garantiza un futuro con el medio ambiente y la salud humana en jaque.
Por Carlos del Frade
(APe).- Coronda, en el centro de la provincia de Santa Fe, no solamente es la geografía marcada por la seductora dulzura de su frutilla sino también porque alguna vez fue pensada como capital de la Argentina en tiempos de la Confederación, antes del ingreso a los dominios porteños sobre el país que perdura hasta el tercer milenio.
Durante décadas las migraciones de familias enteras para la recolección de la frutilla generaban el paisaje de cientos de chicas y chicos trabajando a destajo hasta que algunas medidas comenzaron a aparecer para cortar la explotación laboral infantil.
Pero los años noventa trajeron la prepotencia del avance de la frontera sojera y con semejante desarrollo agrotecnológico, la frutilla corondina fue desplazada por la excusa del extractivismo del centro del país por excelencia.
Si la explotación laboral formaba parte de la mitología productiva del segundo estado argentino, las intensivas maneras de subordinar la tierra y el ambiente a las exigencias de las multinacionales centradas en el sojalismo exacerbado instalaron la práctica de la democratización del veneno como insumo básico de la mayor rentabilidad posible.
El lunes 29 de abril, un muchacho terminó muriendo como consecuencia de su intento de suicidio por haber ingerido un veneno de franja amarilla que se vende libremente en cualquier lugar no solamente de la provincia de Santa Fe si no también de la Argentina.
La cuestión fue el volumen de la toxicidad del producto que generó que quince profesionales de la salud del hospital de Coronda, incluyendo médicos, enfermeros y personal del Servicio Integrado de Emergencias Médicas (Sies) 107, fueron víctimas de una intoxicación grave.
Según los medios de comunicación regionales, “el incidente ocurrió el lunes por la noche, cuando atendieron a un hombre de 32 años que había ingerido una cantidad significativa de un insecticida potente y volátil cuya toxicidad se clasifica como “banda amarilla”, que habitualmente se utiliza en la producción frutillera”.
El hombre que fue llevado a la guardia del hospital de Coronda falleció. “Sin embargo, la muerte del paciente no fue el fin del drama. El insecticida, a pesar de las medidas de seguridad implementadas, contaminó no solo a las personas que atendieron al hombre, sino también al ambiente del hospital y no se descarta que otros agentes también terminen intoxicados. Los síntomas de intoxicación incluyeron vómitos, diarrea, dolores de cabeza y erupciones cutáneas. Quienes manifestaron estas dolencias fueron derivados al Hospital Cullen de Santa Fe”, remarcaron las noticias.
La doctora Silvina Finochetti, directora del hospital de Coronda, describió la situación como insostenible, con un olor insoportable en todo el shockroom y en el resto del hospital. La intoxicación se produjo no solo por contacto, sino también por la volatilidad del producto.
Como resultado de este incidente, la guardia del hospital de Coronda permaneció cerrada durante 48 horas.
Para integrantes del Ministerio de Salud de la Provincia de Santa Fe, es imprescindible saber cómo y desde cuándo se usan este tipo de venenos en la tierra de la dulzura roja emergente de la frutilla.
La muerte del trabajador y la intoxicación de la quincena de profesionales de la salud corondina sintetizan los peligros que siguen presentes ante la impunidad del negocio de los agrotóxicos, no solamente en la provincia de Santa Fe, si no en toda la Argentina.
Los negocios que son habilitados en el Congreso de la Nación e impulsados desde la Casa Rosada incluyen una nueva liberación de los venenos, garantizando un efecto nocivo sobre el ambiente y también en la salud humana.
El veneno y su democratización es una de las tantas formas de la libertad empresarial, aquella que necesita que en el altar de la vida cotidiana sean sacrificadas la naturaleza y la salud humana.
Ni la dulzura de la frutilla corondina puede disimular el poder letal del sistema basado en el reinado del capital y sus distintas formas de saqueo.