-Hay algo que insiste y es muy fuerte…
Esa es la frase que elegía Bárbara, hija de militantes revolucionarios desaparecidos en los años setenta, al intentar explicar el por qué de su amistad con Dolores, otra hija de una pareja desaparecida. Tenía la percepción que había una fuerza que venía del fondo de una historia que las juntó mucho antes de presentarse, de conocer sus respectivas historias, cuando todavía eran dos pibas adolescentes.
Hay algo que insiste y es muy fuerte en las mujeres…
Antonela tiene menos de veinticinco años, dos chiquitos y solamente gana 5 mil pesos por
mes. Vive en un asentamiento en los arrabales rosarinos, en Magaldi y Benteveo. Está peleando por una vivienda digna.
Le exigen pagar 2.500 pesos mensuales por el terreno, ni siquiera por la posibilidad de una vivienda. Por el terreno, entonces, le piden que pague la mitad de su único ingreso, 5 mil pesos, resultado de dos asignaciones universales por hijo.
-No podemos… Peleo todos los días para darles de comer a mis hijos y apenas llego. No puede ser que no lo entiendan – dice Antonela en la Plaza 25 de Mayo de la ex ciudad obrera, donde están las estatuas de los principales próceres de la historia oficial. Donde también están grabados los pañuelos blancos del cielo de la dignidad del pueblo argentino que son los símbolos de las Madres, de nuestras Madres.
A 110 años de la primera conmemoración del día internacional de las mujeres trabajadoras, sería bueno repasar historias como la de Antonela.
Saber que en el país que sigue prometiendo en su himno que la noble igualdad reinará algún día, por cada hombre que gana cien pesos, una mujer gana 79 pesos.
Y que solamente cuatro mujeres de cada cien llegan a cargo de jefaturas o direcciones en empresas o en diferentes áreas del estado.
Pero quizás la cifra que más conmueva es que cada 27 horas, una mujer es asesinada en estas tierras de tantas riquezas concentradas y extranjerizadas.
-Una verdadera matanza – dice la abogada Patricia Méndez Lissi, militante reconocida por los derechos de género en la provincia de Santa Fe, en particular y la Argentina en general.
Los femicidios tienen consecuencias fulminantes en las niñas y los niños. Por eso la realidad de las mujeres está íntimamente vinculada a la situación de las infancias en la Argentina crepuscular del tercer milenio.
La pibada hace tiempo que no es la única privilegiada como tampoco lo son las mujeres aunque la estatua que aparece en las plazas de Mayo sean mujeres.
La continuidad de las palabras, en forma paralela, también demuestra la lozanía del patriarcado y las diferentes formas de explotación.
La palabra mina sigue pronunciándose en la vida cotidiana.
Proviene del kimbundú, el dialecto angoleño que era la lengua de las esclavas y los esclavos que llegaron a América.
Aunque en el sentido común haga mención a una mujer supuestamente secundaria y descartable, el significado verdadero de la palabra es “compañera”, mujer amada.
Cuando este lunes 8 de marzo asome en la vida cotidiana de decenas de miles de Antonelas, también aparecerán los condicionamientos de estos números y estas historias.
Así como hay una guerra contra los pibes, es necesario hablar, como dice Méndez Lissi, de las nuevas matanzas, de la guerra contra las mujeres.
Ante semejante constancia, un femicidio cada 27 horas, también es imprescindible reconocer en el movimiento feminista una insistente y permanente intención de lograr una sociedad más igualitaria.
Vaya el sencillo homenaje de estas líneas para las miles y miles de Antonelas, para nuestras Madres y tantísimas luchadoras por las emancipaciones todavía no alcanzadas.