Por Carlos Del Frade
(APe).- Es difícil que veamos lo bueno. Estamos educados para no verlo. Sin embargo… Si se pudiera independizar la mirada. Que nuestros ojos sean libres y miraran un poco más sin creer que lo cercano forma parte de la naturaleza maltratada. Lo cierto es que hay una inverosímil resistencia de la ternura. En medio de incendios, pandemias, desigualdades y democratización de armas y narcotráfico, todavía existe la ternura.
Chicas y chicos de tercer y quinto grado de una escuela rosarina de barrio reciben al escritor que, en medio de semejante realidad, les hablará de las banderas de Belgrano.
-¿Usted era amigo de Belgrano, cómo lo llegó a conocer? – pregunta una gurrumina con un diente ausente pero sonrisa invicta y desbordante.
Cuando el cronista pregunta a través del zoom cómo se imaginan que hizo Belgrano para enamorar a la gente de la idea de la revolución en un tiempo en el que no existía ni la radio, ni la televisión, ni los celulares ni internet, un pibe levanta la mano.
Desbloquea su micrófono y reflexiona en voz alta: “Quizás hizo como Papá Noel. Fue de un lugar a otro en un trineo tirado por renos…”.
Se detiene unos momentos y luego sostiene casi en clave filosófico: “Aunque no se si Papá Noel existe”, agrega.
La charla bordea a San Martín y una nena aprovecha para preguntar si realmente San Martín tenía un caballo blanco para cruzar los Andes. La respuesta entonces busca la reivindicación de las mulas y los burros y eso lleva al cuestionamiento zoológico: “¿Qué es una mula?”.
Después hay tiempo para admirarse del escrito de Belgrano a finales de 1810 cuando sostenía la necesidad de cuidar los árboles para las próximas generaciones.
-No como ahora que queman todo en las islas…a mi mamá el humo y las cenizas le ensuciaron la ropa en la terraza…no puede ser que quemen las plantas, los árboles y los animalitos – dice otra nena honesta y sentimentalmente preocupada.
Un chico de quinto dice que Belgrano tenía ciertas ideas “más o menos”.
-¿Cuáles? – pregunta el disertante.
-Esa de poner un rey…-denuncia el pibe.
Cuando las palabras, entonces, traen la idea de la unidad de todos los pueblos a través del descendiente de un inca y un gran congreso latinoamericano, el chico empieza a pensar que tal vez no era tan mala aquella propuesta de Don Manuel.
Antes que la mañana se apague, las maestras de la escuela Gurruchaga agradecen y el decidor sabe que, en realidad, es él que tendrá una deuda difícil de saldar.
Porque en medio de una realidad cosida de problemas y hasta de nuevas semillas de fascismo criollo y escepticismo tan delicadamente construido por el sistema en tantos años de noticias obedientes y el cincuenta por ciento de la población que nunca terminó la educación secundaria; allí en un punto del presente, esas voces, esos ojos, esas sonrisas revelan una esperanza cotidiana y ausente de los grandes medios: la inverosímil resistencia de la ternura.
Aquella que no se puede ver porque el sistema desinforma y naturaliza que la mayoría de nuestras pibas y nuestros pibes dicen y quieren una realidad distinta, mejor, donde árboles, animales y personas sean felices y tengan trabajo.
La inverosímil resistencia la ternura es invisible para los grandes medios y aunque suceda cerquita nuestra no la podemos ver porque nos inocularon la indiferencia contra lo bueno y cercano.
Una vez más es hora de escuchar a las pibas y los pibes, las voces que aún en tiempos de pandemia solamente pueden aparecen convocadas por las escuelas, esas geografías que también multiplican la ternura a pesar de los pesares.