Tres mil años después, en esos mismos parajes cósmicos donde hoy se levanta Rosario, el río, cada tanto, devuelve el cuerpo de un pibe joven que no debió morir tan antes de tiempo, prueba despiadada de una violencia que hace rato no se baja de la vida cotidiana de las grandes mayorías que pueblan estos sitios y que apuestan, tozudamente, a una realidad mejor donde sean más repetidos los sueños que las pesadillas.
Carlos Orellano tenía solamente 23 años, era obrero metalúrgico, hincha de Central, le decían “Bocacha” y el domingo 23 de febrero de 2020 fue a bailar a Ming River, una disco de la zona de la Estación Fluvial, muy cerca del Monumento Nacional a la Bandera.
“Dos días transcurrieron para que el cuerpo emergiera, ayer a las 15.15, a unos veinte metros del lugar donde cayó a metros del mismo boliche. Dos días permaneció allí la familia Orellano y cientos de amigos acompañándolos. Cuando apareció todo fue gritos de indignación y llanto. Hombres duros llorando junto a sus esposas, amigas, hijos e hijas. El cuerpo emergió hinchado y cubierto de barro. Todo indica que quedó enganchado debajo del agua, casi enfrente de la guardería náutica, una zona donde hay vías viejas, escombros, maderas y restos de los antiguos muelles portuarios”, dice una sensible crónica del periodista Claudio Berón.
-Me siento como un padre al que le arrebataron a un hijo por una pulsera. Su delito fue haber entrado al VIP (de Ming) sin la pulsera. Ahí empieza todo, en vez de pedirle que se retirara lo empujaron de arriba de la tarima del mismo VIP, le golpearon contra el piso, él se enoja y ahí lo amansan y lo sacan a las trompadas desde el boliche para acá…En un momento lo llevan hasta el muelle 3 (la escalera por donde se accede a la lancha que va a la isla), en vez de sacarlo para el lado de avenida Belgrano. Lo aprietan contra la baranda y él pasa para el otro lado. Ahí no se sabe si lo empujan o si le pegan una trompada y cae desmayado al agua – contó Edgardo, su papá.
Edgardo se quejó de lo que llamó las idas y vueltas policiales. “Lo que más me enoja es que en la seccional 2ª dijeron que no había denuncias sobre la desaparición y sí estaban. Algo quisieron ocultar. Acá no hay negligencia hay otra cosa y sobre todo desobedecieron la orden de la fiscal Valeria Piazza que había ordenado relevar denuncias”.
-La noche del lunes se hizo otra fiesta en el boliche y baldearon dos veces el local, pero las manchas de sangre quedan. El dueño del boliche dijo que del portón para afuera no es problema de él – agregó.
Para el abogado de la familia, Salvador Vera, existe “una relación entre una de las policías y un patovica. Es un caso muy difícil y muy complejo en la resolución, hay una persona que desapareció por unos días y que apareció flotando en el río. Se trataron de articular medidas necesarias. La fiscalía debería estar considerando la detención de estos agentes que prestaban adicionales y la del jefe de seguridad del boliche en función de severas contradicciones en sus declaraciones”.
El jueves hubo una gran movilización reclamando justicia por Carlitos, mientras se recordaban los 208 años del primer izamiento de la bandera por las tropas revolucionarias de Belgrano.
Las aguas del Paraná, una vez más, arrastran sueños y pesadillas pesadas, tan pesadas como los negocios que se devoran la vida de pibes que solamente querían divertirse, pibes como Carlitos.