El 17 de junio se cumplieron doscientos años de la muerte de Martín Miguel de Güemes, consecuencia de la venganza de la oligarquía salteña y jujeña que jamás le perdonaron igualar a las mujeres y los hombres sin ninguna propiedad a los señores feudales que solamente hablaban de la revolución de Mayo para quedarse con los puestos que antes ocupaban los españoles y no cambiar absolutamente nada de la cuestión social. Y el 20 de junio, 201 años de la muerte en la pobreza, consecuencia de la venganza política de las distintas oligarquías contra Manuel Belgrano por su tozuda insistencia de izar la bandera de la igualdad verdadera en la vida cotidiana.
Los almanaques los juntan pero, en realidad, compartieron finales y proyectos, traiciones y amores.
Postales de Güemes y Belgrano, en un presente que los necesita revivir pero en forma colectiva, como identidad de las grandes mayorías.
-La sociedad y las clases principales se dividieron. No todos apoyaron a Belgrano en su éxodo. Muchos apoyaron a los españoles. Después de la derrota de Huaqui, en 1811, la revolución está en problemas. De allí la necesidad de la retirada y el bando famoso donde habla de fusilar a los que no acompañen la retirada – cuenta Carlos Aramayo, economista, historiador y militante jujeño.
En la misma noche que los realistas entran en San Salvador, esos sectores pudientes que se niegan a seguir a Belgrano, juran fidelidad al rey de España y forman gobierno provisional con los invasores.
“Pero el problema mayor, lo que jamás le perdonarán a Belgrano, es que en 1818, avala el pedido de Güemes para institucionalizar el llamado fuero gaucho por el cual cada uno de los peones que prestaban servicio en la guerra por la independencia debían ser tratados como hombres libres y no responder entonces a los caprichos de los señores feudales de Salta, Jujuy y Tucumán. Eso genera un odio de clases contundente contra Belgrano y, obviamente, contra Güemes”, revela con claridad, Carlos Aramayo.
He allí la explicación de dos hechos poderosos de la historia argentina que solamente pueden comprenderse en el lugar donde sucedieron.
Belgrano, el vencedor de Tucumán, es engrillado y detenido por el gobernador Aráoz porque él forma parte de la clase social que apoyó a los realistas cuando se produjo el éxodo jujeño. Y de la misma manera, los Saravia y otras familias salteñas que siempre estuvieron mejor con los realistas, traicionarán a Güemes y lo emboscarán en cercanías de la ciudad en junio de 1821, provocándole la muerte.
-Es la misma clase social la que abandona a Belgrano y mata a Güemes. Y la razón es uno de los documentos menos conocido de la historia argentina, uno de los más profundos, el fuero gaucho. Un documento de emancipación social que hasta el día de hoy tiene vigencia a la hora de pensar la realidad laboral y existencial de los pueblos originarios en estos lugares donde aportaron muchísimo para llevar adelante la epopeya de la independencia – dice Aramayo.
Para el investigador, la guerra de la independencia fue “la única guerra revolucionaria que protagonizaron las masas populares y sus jefes y cuyo escenario principal fueron el actual territorio del Noroeste Argentino y el Alto Perú, hoy República de Bolivia. Existen distintas apreciaciones sobre la cantidad de combates y batallas que se libraron en territorio salteño y jujeño. Según el Archivo Capitular de Jujuy, que estudió Ricardo Rojas, fueron 159, de las cuales 124 se libraron en Jujuy. En un reciente trabajo, Rodolfo Campero, dice que en total fueron 231”.
-Sin que nadie les mandase, los indios de todos los pueblos, con sus caciques y alcaldes, han salido a encontrarme y acompañarme, haciendo sus primeros cumplidos del modo más expresivo y complaciente, hasta el extremo de hincarse de rodillas, juntar las manos y elevar los ojos, como en acción de bendecir el cielo – relató Juan José Castelli a la Junta de Buenos Aires.
-Yo me intereso por vuestra felicidad no sólo por carácter, sino también por sistema, por nacimiento y por religión…es tiempo de que penséis por vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductivas esperanzas con que creen asegurar vuestra servidumbre. ¿No es verdad que siempre habéis sido mirados como esclavos y tratados con el mayor ultraje, sin más derecho que la fuerza ni más crimen que habitar en vuestra Patria? – escribió el mismo Castelli en una proclama el 5 de febrero de 1811.
Dice Aramayo que este contenido revolucionario en Castelli es el mismo que late en el bando redactado por Güemes el 11 de abril de 1818, “a través del cual sanciona el fuero eterno de los originarios y criollos pobres que formaban las milicias de los escuadrones que combatían a los realistas. Por esta posición, Güemes fue víctima de la conspiración de la clase terrateniente de la que provenía, que prepararon con los cabildantes de Salta y de Jujuy, junto al Gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz y el mismísimo General Olañeta, jefe del ejército realista y que terminó en su asesinato”.
En su investigación, dice que la participación de los originarios, criollos pobres y negros fueron aumentando en el transcurso de la guerra.
En Suipacha eran 600 combatientes. En Tucumán, 1.800. En Vilcapugio y Ayohuma, llegaban a 3.500 y el llamado regimiento de artillería de la Patria contó con 1.368 hombres. Hacia 1810, lo población blanca de Salta y Jujuy no superaba las dos mil personas, sobre un total de 18 mil.
Para Aramayo no hay duda alguna: “Lo que entusiasmaba a nuestros antepasados originarios eran las propuestas y las ideas revolucionarias. Dos ejemplos para ello: Juan José Castelli en su proclama leída en Tihahuanacu, con motivo del primer aniversario del 25 de mayo de 1810, dice: “Siendo los indios iguales a todas las demás clases en presencia de la ley, deberán los gobernadores intendentes, dedicarse con preferencia a informar de las medidas inmediatas o provisionales que puedan adoptarse para reformar los abusos introducidos en perjuicio de los indios…promoviendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad sobre repartimiento de tierras, establecimiento de escuelas en sus pueblos y excepción de cargas e imposiciones indebidas”.
Asimismo cuestiona el supuesto cierre del proceso de guerra de la independencia que la historiografía liberal ubicó en Ayacucho.
“De esta manera los liberales borran la última batalla de la guerra de la independencia librada en Tumusla, departamento Potosí, el primero de abril de 1825. En la batalla se enfrentaron el ejército de Olañeta, proclamando virrey del Perú, que contaba con 1.700 hombres y el ejército patriota de 1.300 combatientes que dirigió el coronel Carlos Medinaceli, hasta Ayacucho oficial del ejército realista. En el combate murieron 500 soldados realistas y 9 oficiales, con 720 heridos. En el fragor del combate un oficial del propio ejército realista, el teniente Francisco Sánchez, baleó a Olañeta en venganza porque este en La Paz había violado a su mujer en su ausencia. A este combate se alistaban para llegar con refuerzo las tropas de Urdininea y Alvarez de Arenales con jujeños y salteños. Por ello, como dice Guido Medinaceli Díaz, es justo y merecido decir que los chicheños, cotagaiteños y trarijeños sellaron la independencia definitiva de América del Sur”.