La vacuna guaraní y la guerra de los laboratorios

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Fotografía: Mauricio Centurión

Por Carlos del Frade

 El idioma guaraní, censurado durante décadas luego del genocidio de la guerra de las tres burguesías (argentina, brasileña y uruguaya) títeres del imperio inglés y otra vez negado hasta la tortura por la dictadura de Alfredo Stroessner, es uno de los más utilizado en el planeta. Se usa, nada menos, que para nombrar las plantas de la cada vez más frágil cápsula espacial llamada Tierra. El guaraní es resistencia y esperanza. Nombra a miles y miles de plantas, semillas, frutos y remedios. Curiosa metáfora del idioma tantas veces condenado. Dicen los que saben que solamente está estudiado el 10 por ciento de las plantas que todavía crecen en esta esfera cósmica de color azul y que mucho menos se sabe de las que están en el fondo del mar. También allí, imaginamos, diría lo suyo el idioma guaraní. Aquellas plantas no eran de nadie. O mejor dicho formaban parte del cosmos, del universo.

La industria farmacéutica, sin embargo, se apropió de las plantas. Las dos guerras mundiales impulsaron el negocio de fertilizantes y remedios. Quizás por eso el origen etimológico de la palabra fármaco hunda sus raíces en los griegos y significa sacrificios para los dioses. O como la palabra veneno, una sustancia que puede servir, al mismo tiempo y según las dosis, para venerar la existencia o para terminarla.

Patentes y vacuna

En medio de la pandemia del Covid 19 no se escucha demasiado hablar de quién es la vacuna. Se mencionan los propietarios de los laboratorios que la venden pero de quién es el verdadero dueño. En los años sesenta, muchas corrientes ideológicas reclamaban que las patentes de los medicamentos debían ser gratuitas porque su origen está directamente relacionado con el planeta, la naturaleza y el cosmos. Sin embargo los negocios negaron la filosofía y la conciencia social y planetaria. A punto de ingresar en el cuarto mes del segundo año de la pandemia, existe un marcado nivel de angustia en relación a la compra de la vacuna de parte de los gobiernos y cada una de esas variaciones tienen como nombre la marca del laboratorio, del gran comercio de los medicamentos.

Perdidas entre las noticias, en un cada vez más beligerante flujo de datos y opiniones difíciles de corroborar, hay una señal que merecería prestarle atención: El consejo de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que se encarga de cuestiones de propiedad intelectual se reúne para debatir la exención temporal de patentes para las vacunas contra el coronavirus, aunque no existe consenso para su aprobación por la oposición de los países centrales que buscaron además postergar una discusión el mayor tiempo posible pese a la urgencia.

La propuesta fue presentada en octubre del año pasado y se tratará recién en esta reunión, aunque en el puesto 12 de un extenso temario de 18 puntos.

Apoyada por los países de ingresos medio y bajo y resistida por la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, sedes de los grandes grupos farmacéuticos, busca suspender las patentes “hasta que haya una gran vacunación a escala global y la mayoría de la población mundial esté inmunizada”.

Su aprobación facilitaría intercambiar conocimientos y multiplicar con rapidez los sitios de fabricación de productos médicos urgentes contra la pandemia, como las vacunas y los test.

La oposición de los poderosos

La iniciativa fue presentada por India y Sudáfrica y es respaldada por más de un centenar de países y organizaciones humanitarias y médicas que denuncian la desigualdad en la vacunación: en las naciones más pobres la inmunización no arrancó o lo hizo lentamente, mientras que los más ricos inoculan de forma masiva desde fines de 2020.

La OMC toma decisiones por consenso por lo que no se prevé alcanzar un acuerdo ante la fuerte oposición de la UE y EEUU, países donde prosperan grupos farmacéuticos como Pfizer, BioNtech, Moderna y Johnson & Johnson, entre otros.

La Federación Internacional de la Industria Farmacéutica (Ifmpa), organismo que funciona como “lobby” de los grandes laboratorios, comparte esta mirada, y PhRMA, la asociación que nuclea a las empresas del sector en Estados Unidos le dirigió esta semana una carta al presidente de ese país, Joe Biden, para que defienda la propiedad intelectual.

“El Gobierno de Estados Unidos se opone a esta exención junto a otros incluidos la Unión Europea, el Reino Unido, Japón, Canadá, Suiza, Brasil y Noruega. Instamos a mantener este respaldo a la innovación”, dice la misiva.

Un año después de la pandemia, las corporaciones farmacéuticas continúan manteniendo sus monopolios de mercado. 

Por el contrario, el titular de Médicos Sin Fronteras, Christos Christou, firmó una carta abierta a los Gobiernos en la que afirma que “la propiedad intelectual, la tecnología, los datos y el conocimiento de las tecnologías sanitarias contra el coronavirus deben compartirse abiertamente, permitiendo a los productores competentes producir y suministrar en todo el mundo”.

“Un año después de la pandemia, las corporaciones farmacéuticas continúan manteniendo sus monopolios de mercado, incluso en tecnologías que se benefician de importantes inversiones públicas”, apuntó al recordar los fondos estatales utilizados para la investigación y el desarrollo de muchas de las vacunas que se administran.

Más allá del resultado de la discusión en el seno de la Organización Mundial del Comercio, es muy importante volver a pensar un humanismo concreto y palpable, capaz de cuidar no solamente la salud de esta contradictoria especie que parece naufragar en el colosal mar del universo como somos los seres humanos, si no también luchar contra el desprecio institucionalizado y globalizado contra la casa común, cada vez más vulnerable por los efectos del capitalismo.

Aprender de la resistencia del guaraní, de la sobrevivencia de las palabras y las plantas, sembrar un humanismo cuestionador y que sea capaz de impugnar los negocios obscenos de muy pocos, entre otros, los que hacen los grandes laboratorios con la vacuna para combatir el Covid 19.

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