Postales sentipensantes a cien años de la radio

A poco tiempo de los cien años de la radio no puedo menos que pensar en un comentario que serviría para los programas que tanto disfrutamos con nuestro amigo y notable escritor Néstor Sappietro. Le diría, antes de sus crónicas de las Causas Aparentemente Perdidas, “¿Vio lo de Messi?”, y él, seguramente, argumentaría desde la sensibilidad y la lucidez. Agregaría, entonces: “Entiendo a los hinchas del Barcelona. A mi me pasó”. Sapi, seguro, haciéndome el juego que requiere la complicidad maravillosa de la radio, preguntaría: “¿Qué le pasó del Frade?. ¿Alguna vez sintió bronca por alguien parecido a Messi?”. No, diría. En 1980, después de la sinfónica de Zof, la dirigencia de Central vendió a José Daniel Van Tuyne, mi ídolo. Usted sabe. Lo mío son los defensores. Hasta la manera de usar las medias le copiaba a VanTuyne. Cuando lo vendieron a Racing sentí una traición profunda, irreparable. “No va a comparar”, me diría con indulgencia el quierdo Sapi. Mientras la noche avanza hacia la madrugada, anclado en un hotel santafesino, el destino de Messi me lleva a aquel pibe que alguna vez fui. Al que le gustaba trabar de frente y tirarse al piso, buscando cortar los avances de la delantera contraria. Y a aquel zaguero central cuya memoria no tiene ni por asomo un eco lejano en todo lo que se habla acerca de Messi.

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Los cien años de la radio nos hace recordar -volver a pasar por el corazón- qué lugar en nuestra vida tiene ese aparatito. Por qué razón misteriosa la refugiábamos en la almohada para escuchar “Curiosa Noche” o deslumbrarnos con la historia a través de los radioteatros que hablaban de Juan Moreira u “Homiga Negra” o “La Conquista del pasado”. Fue en una radio que conocí el amor de mi vida, la mamá de mis hijas y fue en una radio en la que me amenazaron de muerte por primera vez. Varias Navidades y años nuevos terminaron en un programa a las 7 de la mañana y frente a una luz roja donde lloré el fin de un ciclo. Será en una radio donde vuelva a alentar la necesidad de las palabras por el amor, contra la muerte y el poder. Cien años de la radio. Nuestra vida en esos cien años. O, por lo menos, gran parte de ella.

Cuando nació Victoria estaba haciendo radio. Cuando nació Lucía también eran días de radio. He llorado y reído como en pocas otras geografías de la vida cotidiana como en un estudio de radio. Un siglo de radio. Una fenomenal medida de tiempo que, sin embargo, se queda cortita a la hora de pensar en la dimensión existencial de lo vivido con ella, en ella, desde ella.

-Esta vez lo echamos del Frade por estar a favor de los derechos humanos, los trabajadores y en contra de los empresarios – dijo un breve gerente artístico de una de las radio más importantes de la provincia en la que, una vez más, estoy censurado. Por esas mismas razones seguimos vivos y peleando. Qué profunda ignorancia alimentan las almas de los que censuran y creen ser poderosos. Qué gris enorme les va comiendo el alma.

Aprendí a amar la radio en Chabás. Circuito cerrado, cajitas de madera en las casas y negocios. A las cinco de la mañana me tomaba el colectivo, paraba en un gran bar de un viejo hotel, desayunaba mi café con leche y me encontraba después con Alicia y Adrián. Cuánto aprendí. No hay radio si no hay humildad y saber medir la intensidad la mirada de la compañera o el compañero del estudio o la del operador o la operadora. Gracias por tanto, querida radio. Un siglo y nadie podrá quitarte lo vivido.

De pibe jugaba sobre la frazada que ponía sobre la cama que relataba los partidos de fútbol que armaba con figuritas que eran fotitos de “El Gráfico” que pegaba sobre cartón de cajas de zapato. Era relator y comentarista y armaba campeonatos en donde siempre metía superhéroes o próceres en los equipos que iba armando como podía. Con el tiempo, cuando debutamos relatando para CG 3 “Radio Cañada de Gómez”, duramos poco. Nos desbordaba el fanatismo y la gente no se bancaba semejante provocación. Hasta el día de hoy miro mis rodillas deformadas por las horas que jugaba las figus creyendo que sería el relator del campeonato mundial ganado por el equipo de mi pasión. Aquel pibe, mientras tanto, sigue imaginando tablas de posiciones donde los que menos tienen, al final de la temporada, dan la vuelta olímpica.

“Un amor en Santa Fue”, era el radioteatro que hacíamos los viernes en LT 10, en nuestro programa “Fuera de Juego”. Duró poco pero fue una fiesta. La dirección de la radio bancó la denuncia contra Storni pero no contra Massat. Desde entonces aprendí a amar y valorar la dimensión de la provincia. Cada rinconcito de esta fenomenal geografía. Y siempre fue la radio el lugar desde donde aprendimos a respetar la vida cotidiana de nuestro pueblo, contradictoria, oscura y, al mismo tiempo, luminosa y esperanzada.

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