Por Carlos Del Frade
-Tengo derecho a comer un pedazo de carne los fines de semana…pero me dan 300 pesos por la Tarjeta Única de Ciudadanía y casi doce mil pesos por la pensión de la ley 5110. Por garrafa de diez kilogramos tengo autorizados cuatrocientos pesos pero sale 680…así es muy difícil seguir. Pero la peleamos con nuestras hijas. Ellas quieren estudiar en la facultad y no quieren saber nada con la droga…pero ese dinero es muy poco – dice Claudia, sentada en una ronda que se armó en la vecinal Barranquitas, en la ciudad de Santa Fe, capital del segundo estado de la República Argentina desde donde el año pasado se exportaron mercaderías y productos por 22 mil millones de dólares.
Pero 23 mil personas, como Claudia, viven con 300 pesos que es el tamaño de la ciudadanía para los que les pagan esa miseria. No es casual que el Gran Santa Fe tenga hoy un empobrecimiento que supera a la mitad de la población, el 50,5 por ciento, un total de 271.560 personas y 56.100 son indigentes. En 2011 el porcentaje apenas llegaba al 7 por ciento, ahora es siete veces más. Las vecinas del barrio quieren movilizarse antes de fin de año para reclamar por esos montos que, en realidad, parecen más una vergüenza que sinónimo de ciudadanía.
210 años atrás, cientos de familias iniciaron desde Montevideo el 23 de octubre de 1811, el llamado éxodo del pueblo oriental. Durante 64 días transitaron 522 kilómetros hasta la actual ubicación de Concordia, en Entre Ríos. Es uno de los hechos más profundos de la historia de América del Sur, de la Patria Grande y uno de los más deliberadamente olvidados. Miles de personas dejaban sus casas, sus hogares, el lugar donde amaban y trabajaban para seguir a su líder, José Gervasio Artigas.
“Un mundo entero sigue retardando mis marchas” escribió Don José porque renegaba que lo siguieran a pesar del sufrimiento que esto representaba. Para Juan Zorrilla de San Martín, “la marcha es penosa y lenta. Unos van a caballo, otros a pie, los otros en vehículos más o menos groseros; carros destechados o cubiertos de cuero, rastras tiradas por caballos, acémilas cargadas… la carreta primitiva se mueve oscilante, dando tumbos y crujiendo; parece que, con sus ojos de madera y sus ruedas macizas, se lamenta dolorida, largamente, de la dura tracción de los bueyes. La patria peregrinante”, dice. Hermosa definición, “la patria peregrinante”.
El líder decía que para lograr la felicidad eran necesarios tres construcciones: independencia, igualdad y seguridad. Doscientos diez años después es preciso tener en cuenta aquellas etapas que describía Artigas. No habrá seguridad si no hay independencia ni igualdad.
Otra vez un asesinato conmueve Rosario
El martes 19 de octubre por la noche Joaquín Fernando Pérez, arquitecto de 34 años, fue baleado cuando le robaron el auto en el ingreso de una cochera en el barrio Arroyito, en el norte de la ex ciudad obrera. Corrió unos 200 metros y se desvaneció en la puerta de su casa, delante de su esposa e hija de 2 años, y más tarde murió en el hospital. El violento episodio generó una fuerte conmoción en la ciudad, que derivó en una movilización multitudinaria realizada el jueves para exigir justicia y el ofrecimiento de recompensa de un millón de pesos de parte del gobierno provincial para quienes aporten datos concretos a la investigación.
La megacomisaría décima que debería garantizar los patrullajes de esas calles de Arroyito, un mes atrás, había sido centro de la información periodística porque seis de sus integrantes trabajaban para ayudar a bandas narcos que se disputan el territorio.
Hay muchas armas y drogas y poco trabajo. Los dolores se acumulan como resultado de la sangre derramada, consecuencia del negocio de la violencia desbocado. El relato de Claudia en barrio Barranquitas en Santa Fe y la indignación que generó el asesinato de Joaquín Pérez en Rosario parecen ser parte de un mismo contexto.