Zoológicos humanos

La llamaron Sociedad Imperial Zoológica de Aclimatación. Reproducida en Estados Unidos y Europa, llegarían miles de secuestrados en la Patagonia, África, Asia para exponerlos, violarlos, venderlos y después de muertos analizar sus cuerpos con suma crueldad. Desde los confines del planeta, se mostraba la nueva etapa del capitalismo que se llamó imperialismo.

03/02/2025

Por Carlos del Frade

(APe).- -Muero como he vivido, no me manda ningún cacique…

Así dijo un tehuelche ante de ser lanceado. Una verdadera declaración de identidad, individual y colectiva. El apunte está en el prólogo de un libro indispensable para estos tiempos de crueldad democratizada. Su autora es Norma Sosa, profesora de historia, que ya publicó, entre otras obras, “Mujeres indígenas de la Pampa y la Patagonia” y “Cazadores de plumas en la Patagonia”. Tiene un estilo austero pero en su trabajo abundan las fuentes, los datos y las fotografías elegidas generan una concepción profunda de la explotación humana llevada adelante por los países del mundo y la construcción del racismo como forma de justificación ante las propias poblaciones de sus naciones supuestamente superiores.

-Esta gente ingobernable fue el objeto de experiencias con la que el mundo civilizado intentó nuevas formas de apropiación amparada en la orfandad geográfica que hacían del confín austral americano una tierra vacía, sin dioses ni diablos. Negocio, espectáculo, muestra científica, efectismo político, “Human Zoos”, “Faúne Humaine”, Ethnos Shows o zoos humanos son algunas de las expresiones que se aplicaron originalmente durante la segunda mitad del siglo XIX a las villas reconstruidas en los mismos recintos de los jardines zoológicos europeos y otras instalaciones de distracción pública. Allí los pueblos extraeuropeos expuestos en lucrativas giras fueron al mismo tiempo útiles objetos de investigación para la ciencia que buscaba conformar un inventario de tipos étnicos – dice Norma Sosa en su libro “Tehuelches y fueguinos en zoológicos humanos”, publicado en 2020.

En 1854, los franceses fundaron la Sociedad Zoológica de Aclimatación que luego pasó a llamarse la “Sociedad Imperial Zoológica de Aclimatación” que cuatro años después contaba con tres mil integrantes que la sostenían con sus cuotas anuales de 25 francos.

El nombre es una señal, no solamente de identidad, sino también de propiedad: sociedad Imperial Zoológica de Aclimatación. En ella, luego reproducida en Estados Unidos y varias naciones de la culta Europa, recalarían centenares de personas secuestradas en la Patagonia, África, Asia u otros lugares del mundo con el fin de exponerlas, violarlas, venderlas y después de muertas hacerles análisis a sus cuerpos sin sentido y repletos de crueldad. Personas y animales traídos de los confines del planeta como demostración de esa nueva etapa del capitalismo que se llamó imperialismo.

Un buscador de oro llamado Julius Popper aconsejaba secuestrar tehuelches y fueguinos con métodos que luego se repetirían en estos saqueados arrabales del mundo. Tituló sus sugerencias como “Consejos para cazar fueguinos” y sostenía que “en este momento mandaréis levar el ancla y os haréis a la vela, los indios protestarán seguramente pero algunos garrotazos de un lado, alguna paliza del otro y eventualmente una cadena o soga concluirán por apaciguar vuestros especímenes antropológicos”.

Pero los explotadores que manejaban estos zoos humanos de la segunda mitad del siglo diecinueve y primera parte del veinte, no podían dejar de asombrarse por el amor profundo por las niñas y los niños de estos pueblos originarios a pesar de semejante maltrato y a miles de kilómetros de sus lugares de nacimiento y crecimiento.

-El excesivo amor de las indígenas por los pequeños explica que una persona de edad pide a una madre joven que le preste su hijo por un breve lapso para colocarlo amorosamente en su seno, jugar con él, tener en sus manos un delicioso pasatiempo y revivir nuevamente la felicidad de ser madre – escribió uno de los supuestos eruditos Manouvrier.

Mientras tanto la táctica era látigo y alcohol.

El espectáculo que montaba Buffalo Bill, por ejemplo, llegó a recaudar 40 mil dólares por semana, al mismo tiempo que nadie se preguntaba por las condiciones de vida de la gente que era exhibida. Algunos misioneros, como casi siempre, justificaban el secuestro y la explotación de personas con argumentos tales como niñas “arrancadas de las uñas del diablo” y otros, haciendo escuela, comenzaron a decir que tehuelches, fueguinos y gente de otras latitudes era maltratada por consentimiento propio.

El conocido Estanislao Zeballos llegó a escribir que “la barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos”.

El libro de Norma Sosa es imprescindible para mostrar el tamaño de la hipocresía del sistema a la hora de explotar, perseguir y exterminar gente que le molesta. También es notable cuando descubre en aquellas anotaciones supuestamente científicas, la sorpresa de los europeos sobre el amor que los pueblos originarios mostraban para sus hijas e hijos. Nunca un golpe, siempre la ternura y el abrazo, tenerlos cerca, como nos enseñara, muchas veces, nuestro profeta laico, Alberto Morlachetti.

Fuente: “Tehuelches y fueguinos en zoológicos humanos”, de Norma Sosa, Editorial “La Flor Azul”, 2020

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