¿Cuánto vale la independencia?

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 Los fantasmas del siglo diecinueve viven en nosotros. Están entre nuestras ropas. En los dibujos que pueblan las monedas y los billetes que de manera transitoria pueblan los bolsillos de las mayorías argentinas. Ver el valor de esas fuertes presencias del siglo diecinueve en pleno tercer milenio también es una buena forma de pensar cómo nos presentaron la historia oficial. Allí está San Martín: cinco mangos vale su recuerdo. O Belgrano, diez pesos.

La revolución de Mayo, apenas unos tristes 25 centavos.

Y el perfil de la casita de Tucumán, cincuenta centavos.

Dime cuánto valen los próceres del siglo diecinueve y te diré lo que te quisieron hacer creer que valen sus acciones, sería el refrán.

Lo cierto es que el 9 de julio de 1816 se consagró la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica solamente de España.

“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas, y cada una de ellas, así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración”, decía aquella declaración del 9 de julio.

Dos cosas para destacar: Provincias Unidas en Sudamérica, origen y destino de Patria Grande. No hay posibilidad de liberación sin los pueblos del continente, sin sus pueblos originarios que encarnaron las banderas emancipadoras en los ejércitos de Bolívar, San Martín, Artigas, Güemes, Juana Azurduy y Andresito Guacurarí.

Y la segunda, remar contra la corriente del poder hegemónico. En aquel momento, Carlos María de Alvear había ofrecido estos arrabales del mundo a Inglaterra, primero y después a Portugal y España. Vendía la sangre derramada en praderas, barrancas y montañas.

Sin embargo, aquellos congresales decidieron la independencia. Inventar un país desde lo propio y a pesar de los factores externos que amenazaban el sueño colectivo inconcluso de la igualdad.

Pero era la declaración de la independencia solamente de España.

Nada más que eso.

Para colmo con ningún diputado de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba que ya habían declarado la independencia un año antes en Arroyo de la China, la actual Concepción del Uruguay, el 29 de junio de 1815, cuando formábamos parte del gran proyecto político que fue la Liga de los Pueblos Libres liderado por José Gervasio Artigas.

Recién el 19 de julio de 1816, después de una sesión secreta, el texto agregó que nos hacíamos independientes de cualquier nación de la Tierra. Una sugerencia del diputado de Buenos Aires, Pedro Medrano.

Había una idea fundamental: la independencia debía ser la continuidad de aquel sueño de 165 locos que el 25 de mayo de 1810 habían decidido inventar un país, una nueva nación sobre la faz de la Tierra, como diría Vicente López Planes en la letra del himno que jamás cantamos.

Pero el proyecto político de la revolución de mayo estaba en el llamado Plan de Operaciones escrito por Mariano Moreno: independencia con igualdad. El gran objetivo de tipos como Belgrano, San Martín, Güemes, Artigas, Monteagudo, Castelli, Juana Azurduy y el mismísimo primer desaparecido de la historia política, el ya mencionado Moreno.

Porque para vivir con gloria hay que poner en el trono de la vida cotidiana a la noble igualdad.

Hoy, 200 años después, es fundamental preguntarse qué tipo de independencia tenemos y a qué distancia de la realidad concreta cotidiana está la noble igualdad cuando millones de trabajadores ganan menos de 6 mil pesos mensuales y empresas multinacionales como Cargill facturan 50 mil pesos por minuto. La noble igualdad pierde por goleada en el presente.

De allí, entonces, que sea imprescindible hacer presentes aquellas necesidades que están en el fondo mismo de nuestra historia: igualdad e independencia.

Tareas concretas que se continúan en las decisiones de cada uno de nosotros.

Para ser felices hay que lograr hacer realidad aquellas dos palabras, la independencia definitiva y la igualdad.

Lo que festejamos el 9 de julio, en definitiva, es tomar conciencia que nosotros debemos ser protagonistas de aquellos sueños acunados en mayo de 1810, junio de 1815 y julio de 1816.

Hay que pelear por nuestros sueños porque si no terminamos sufriendo las pesadillas que otros nos imponen, sean buitres extranjeros o buitres autóctonos.
200 años después, la declaración de la Independencia sigue siendo una necesidad para las grandes mayorías argentinas.

Fuente: “Nuevas dependencias. A 200 años de la declaración del 9 de julio” –

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