Agustín Feced, el hombre que sobrevivió a su muerte

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  • Por Luciano Colla | Revista Livertá!
  • Es hora de recuperar la dignidad y explicar por qué fue posible semejante atentado contra la justicia y la verdad.
    Carlos del Frade

    Quien revise el folio N.5228 de la causa federal N.o 47.913 se encontrará con que el lunes 21 de julio de 1986, más precisamente a las 3:30 de la madrugada, Agustín Feced, de 65 años, fallecía como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio no traumático. Este certificado declara oficialmente muerto a quien, probablemente, fue el más sádico represor de la provincia de Santa Fe durante la dictadura de 1976. Una firma al pie que avala los hechos, un velorio entre familiares, alguna despedida en el periódico y eso era todo.

    Sin embargo, esta historia no termina acá. De hecho, en cierta forma, recién empieza. Durante sus últimos años de vida, Feced, hombre que supo coordinar el régimen represivo en la ciudad de Rosario, fue obligado a sentarse en el banquillo de la corte por el mismo pueblo al que alguna vez soñó exterminar. Sus días de omnipotencia parecían llegar a su fin entre una gran cantidad de documentación que incluía listas de personas desaparecidas, entierros anónimos y denuncias por torturas. Pero, pese a toda la evidencia, el excomandante de Gendarmería no podría ser juzgado. El motivo no ofrecía debate: un médico, un declarante y una testigo acreditaban su muerte.

    Ahora, ¿en qué circunstancias se encontraba antes de fallecer? ¿Qué historia se esconde detrás de su supuesta muerte? Una investigación del periodista Carlos del Frade, comenzada en 1999, ahondará en el misterio de este caso que transparenta la impunidad con la que los militares se manejaron durante sus años en el poder y una vez que dejaron paso a la democracia. Daba para todo… incluso hasta para sobrevivir a su propia muerte.

    UNA VENGANZA PERSONAL

    Para intentar comprender este insólito caso, es preciso volver el tiempo atrás. Conocido como uno de los mayores asesinos de la historia rosarina, luego de la última dictadura militar, Feced fue imputado por 270 crímenes de lesa humanidad. En aquel entonces, en 1983, la investigación fue iniciada por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y fue acusado con una gran cantidad de documentación en la que se presentaron nombres de personas desaparecidas, listas de sus colaboradores y se denunciaron entierros anónimos.

    El 11 de septiembre de 1984, Feced declara que él recibía órdenes, que actuaba «bajo control operacional». Manifiesta, además, que «de cada uno de los tipos de procedimientos realizados» están los partes archivados en la Policía de Rosario. Si quisieran obtener pruebas, añade, «ahí está todo, todo». Por último, dice entender lo que le está pasando como una etapa de «venganza personal, como ocurrió con ese teniente coronel que fue a reprimir allá en el sur, en la Patagonia Trágica, y después lo mataron acá en el centro de Buenos Aires… Varela, y lo mató un terrorista extranjero».

    Cuando la causa pasa a la Justicia Federal de Rosario, en 1986, la investigación a cargo de los militares ya llevaba tres años en curso. Si intentamos seguir los pasos del imputado durante este tiempo, vemos que, según las Fuerzas Armadas, Feced se hallaba preso desde la apertura del caso (31 de enero de 1984) y en prisión preventiva rigurosa, lo que le prohibía siquiera recibir visitas. O, al menos, esta es la versión oficial.

    Hasta aquí, lo que sí se puede asegurar es que el represor estuvo en el hospital Español, luego en el Granadero Baigorria y, por último, en el edificio de Gendarmería en la Capital Federal.

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    Ex centro clandestino de detención y servicio de informaciones de Rosario

    CUENTO DE IMPUNIDAD, DE LOCURA Y DE MUERTE

    De acá en más, los pasos del excomandante se hacen más difusos. En el año 1985, según se informa, fue trasladado al hospital Militar de Campo de Mayo para someterlo a una cirugía de corazón. Una vez allí, los médicos y psiquiatras de la Gendarmería le diagnosticaron demencia senil, lo que lo habilitaba para quedar exento de tener que volver a declarar.

    Investigaciones posteriores corroboraron que Feced viajó, previo paso por el hospital Militar, a la provincia de Formosa con la finalidad de planificar un viaje al Paraguay. Cabe resaltar que, pese a todo, técnicamente, continuaba estando detenido. Con el camino allanado, y gracias a la complicidad y protección de funcionarios del Gobierno y de algunos empresarios, el represor imputado se fue abriendo paso para librarse de una causa que, por presiones sociales y de organismos de derechos humanos, cada vez se hacía más grande.

    Sin embargo, el 21 de julio de 1986, una noticia lo cambiaría todo: en la capital de Formosa, fallecía Agustín Feced. En pleno juicio a los militares, uno de los pilares de la causa moría dejando abierta una investigación que, por consecuencia, absolvería a muchos represores.

    Como si todo esto de por sí ya fuera poco, la Justicia Federal rosarina admitía que, una vez llegado al hospital Militar, le habían perdido el rastro. La información que quedaba, entonces, partía únicamente de Campo de Mayo. De este modo, todo parecía indicar que la historia terminaba allí.

    CEMENTERIO DE ANIMALES

    El pueblo de Formosa amaneció a la mañana siguiente con un texto en el diario local La Mañana que decía: «Comandante Mayor de Gendarmería Nacional, Agustín Feced. Falleció el 21 de julio de 1986. Su esposa, hijos, hijos políticos, nietos y demás familiares participan su fallecimiento y comunican a sus amistades que sus restos fueron inhumados ayer a las 17.30 desde casa velatoria España 742».

    Para los interesados, se anunciaba también que los restos se hallaban sepultados en el cementerio San Antonio de la misma provincia y en un área reservada para la Gendarmería Nacional. Ubicada en el lote rural 73, a casi tres metros de altura, la placa N.o 25 que acompañaba el nicho rezaba su nombre completo y agregaba: «Tu esposa, hijos, hijos políticos y nietos, con todo cariño».

    No obstante, cuando Carlos del Frade viajó para hacer un informe, algunas anomalías llamaron su atención. Según publicaría luego, los registros del cementerio San Antonio marcaban que el día 21 de julio una sola persona había sido enterrada allí. Ningún dato sobre el represor. En otro cuaderno viejo sí aparecía el nombre de Feced, pero llevaba la firma de Ramón Giménez, quien era su yerno y un alto funcionario del Gobierno.

    Por otra parte, despertó la sospecha del periodista el hecho de que el supuesto nicho de Feced se encontrara ubicado a esa altura, prácticamente solo, rodeado de otros vacíos. Tiempo después, el cuidador del cementerio admitiría con cierta sorpresa no tener la menor idea sobre cómo lo levantaron hasta allí, ya que «recién hace un par de años trajeron los elevadores para subir los cajones».

    Cuando se le comenta que fue enterrado allí a las 17:30, el cuidador responde que eso «no puede ser». Explicaría, además, que «todo el mundo sabía que se trabajaba de 8 a 13 y que después solamente quedaba un casero».

    DE SEPELIOS Y OTRAS YERBAS

    En la esquina de la calle San Martín al 1300, en un caserón moderno de tejas rojas y azules, vivía Martha Acosta. Y, según indica el acta de defunción, esta persona fue testigo de la muerte del represor. Cuando del Frade viaja hasta el domicilio para contactarse con ella, lo atiende la madre, quien le comenta que su hija trabaja en una casa de sepelios en la calle España 411 y que es «empleada, pero es como si fuera gerente o algo así». Sobre el hecho, le asegura que «siempre salen de testigos, pero nunca conocen a las personas».

    Una vez en la funeraria, un empleado le dice que Martha no se encuentra presente, pero que, de todos modos, los testigos poco podrían decir sobre el caso. Entre charlas confiesa que, tiempo atrás, tuvo la oportunidad de cruzarse con el «comandante»: «Yo lo conocí. Era un hombre bueno. Murió en Buenos Aires». Sin salir del asombro, el periodista le recuerda que eso es imposible, porque Feced fue velado ahí mismo y este le recomienda hablar con Pelo Giménez, yerno del difunto y el único que aparecía como firmante de la planilla del cementerio. La investigación continuaría, pero ubicar a esta persona y a los cuatro hijos de Feced parecía ser tarea imposible. Las pistas se iban agotando.

    Revisando los datos oficiales que aparecen sobre el represor, figura que su último domicilio es en la calle Monroe 4760, Capital Federal. Del Frade cuenta que es una casa de dos plantas y que, en el momento en el que viaja para investigar, se encuentra con que el domicilio estaba alquilado hacía unos cuatro meses por uno de los hijos de Agustín. Eso sí, los actuales moradores aseguran desconocer el apellido.

    Un vecino y conocido del militar, Anselmo Florencio Miranda, le dice que lo recuerda como «un muy buen hombre» y agrega que «tenía un Valiant cremita, y con él se fue a morir a Formosa». Entre plaquetas viejas y escudos de Gendarmería que su amigo le regaló, afirma, contrariamente a lo que dicta el informe de los médicos de Gendarmería Nacional, que jamás lo vio enfermo ni «demente senil». Nada de eso.

    DE PUÑO Y LETRA: TRAS LAS ÚLTIMAS HUELLAS DEL FANTASMA

    Luego de varios años de investigación, recolección de datos y búsquedas, las pistas que conducían hacia la confirmación de la supuesta muerte del represor eran cada vez menos estables y la misma suerte corrían las certezas para concluir lo contrario. Pero un dato inesperado llegaría a las manos del periodista y abriría nuevamente la posibilidad de dar con una respuesta.

    Fue en medio de la presentación de un libro cuando un colega rosarino, Claudio de Luca, le acercó a del Frade una ficha de hotel. En el papel figuraban escritas, de puño y letra, las palabras Feced, Agustín. Las huellas del fantasma salían nuevamente a la luz.

    La ficha que había llegado a sus manos pertenecía al libro de admisión del hotel Ariston, ubicado en la ciudad de Rosario y, según revelaba, el represor se había alojado allí el día 29 de julio de 1988 en la habitación 111. Pero eso no era todo. Además de indicar que el excomandante venía procedente de Buenos Aires, también figuraba escrito su número de documento, en profesión decía «militar» y, por último, aparecía su firma. Sí, dos años después de muerto.

    El próximo paso sería el estudio pericial caligráfico para analizar la letra y confirmar que había una red de fraudes que incluía a militares, gobernantes y al aparato judicial. Se trató de un completo informe que marcaba los pasos que se siguieron para el trabajo que contenía un examen macro y microscópico e indicaba la comparativa que se había hecho sobre la caligrafía (letra, números y firma) de la ficha encontrada con escritos personales y antiguas cartas del represor. El resultado del examen global de la pericia concluyó que «las concordancias expuestas y numeradas permiten interpretar la irrebatible personalidad escritural de las firmas sometidas a pericia» y que es «indiscutible» que las escrituras de la ficha «pertenecen al puño y letra del señor Agustín Feced».

    Como era de imaginarse, aun con pruebas tan fehacientes, poco se pudo hacer para incentivar una investigación más exhaustiva. La información que hoy conocemos se debe al trabajo realizado por Carlos del Frade durante más de cinco años, quien considera que este caso desnuda por qué «todavía hay decenas de familiares que no saben dónde fueron a parar los cuerpos amados ni tampoco se tiene determinada con certeza la cantidad de centros clandestinos de detención que funcionaron durante el terrorismo de estado». Algo así como si Feced y compañía «hubieran tenido grandes amigos en la naciente democracia argentina».

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    Ex centro clandestino de detención y tortura en Rosario

    LIBERTAD DEBIDA… Y PUNTO FINAL

    Finalmente, fue el 15 de diciembre de 1989 cuando los miembros de la Cámara Federal en lo Penal de Rosario declararon «el sobreseimiento definitivo en la presente causa, por extinción de la acción penal, respecto del imputado Agustín Feced». La supuesta muerte del excomandante derivaba en la finalización de la investigación y dejaba sin indagar, entonces, a incriminados, como Ramón Genaro Díaz Bessone o Leopoldo Fortunato Galtieri y muchos militares, policías y empresarios relacionados con el represor.

    Como dato no menos anecdótico, cabe aclarar que en el último folio de la causa (el N.o 10.239), Francisco Oyarzábal, hermano de un fusilado y desaparecido, insistía en que se informara el verdadero paradero de Agustín Feced, ya que era sabido que varias personas lo habían visto en el Paraguay. La respuesta fue contundente y la Justicia Federal rosarina desestimó el pedido.

    Sin embargo, tiempo después, este hecho pudo ser corroborado. Fue la misma esposa de Feced quien, al escribirle a la Dirección del Personal de Retiros y Pensiones de Gendarmería Nacional, en plena democracia, dio los datos sobre cómo fueron los días del represor mientras se suponía que se encontraba bajo prisión rigurosa: «Decidimos ir a vivir a la República del Paraguay. Por razones de familia tuve que quedarme unos días en Rosario, y él se fue al Paraguay, sitio donde habíamos decidido radicarnos». En estos dichos no solo se afirmaba que el imputado por crímenes de lesa humanidad gozaba de total libertad para moverse, sino que acreditaba su convivencia. «En el mes de octubre de 1984 -continuará- nos instalamos nuevamente en nuestro hogar y tuvimos la oportunidad de realizar varios viajes de descanso por Argentina».

    Según los testimonios de la mujer, la detención real de Feced no fue de más de cuatro meses. Tanto la Justicia Federal rosarina como el Gobierno nacional y el de Santa Fe decidieron hacer ojos ciegos a los hechos y responder con negativas ante las denuncias de quienes afirmaban haberlo visto caminando por las calles. Y punto final.

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    Por supuesto hay muchas aristas de esta historia que permanecerán como un enigma, encubiertas por los beneplácitos que el Estado le facilitó a quien estaba acusado por 270 crímenes de lesa humanidad. ¿Cómo pudo tener tanta libertad, moverse entre provincias y hasta viajar al Paraguay? ¿Por qué la Justicia no investigó las denuncias sobre su paradero ni la ficha del hotel, aun habiéndose comprobado la autenticidad del documento?

    Surgen muchas preguntas, algunas de respuesta casi obvia, pero, tal vez, todas confluyan en el gran grupo de militares que quedaron exentos de culpa y causa gracias a su «muerte». Tal vez, todas expongan al sistema judicial y a la implicancia del Estado democrático para encubrir a quienes participaron en lo que fue un plan sistemático de exterminio contra el pueblo.

    Sobre Agustín Feced no se supo más nada, son más los interrogantes que las certezas. Pero quienes hayan creído su historia aún pueden pasar a visitarlo por el cementerio San Antonio, en la provincia de Formosa. Lo van a encontrar fácilmente: está en el panteón de la Gendarmería, nicho N.o 25, en el último nivel. Y, dicen, es el único al que no le llevan flores.

    • Artículo publicado en revista Livertá! edición noviembre-diciembre 2018 y basado en las investigaciones realizadas por Carlos del Frade.
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