Cajas de zapatos

En cajas de zapatos, que son los archivos de la gente sencilla, se guardan fotos, cartas, dibujos de niños amados y partecitas de existencias de gran valor afectivo. El, portador de aquellas cajas que llevan el nombre de su madre, peregrino de miles de palabras de cientos de personas sobrevivientes y obstinadas, está a punto de saber si habrá una alegría en sitios desconocidos del Universo.


Por Carlos del Frade

(APe).- Las cajas de zapatos son los archivos del pueblo, de la gente sencilla.

Allí se guardan fotos, cartas, facturas perdidas, carnets que ya no tienen sentido, dibujos de niñas y niños amados y otras tantas partecitas de existencias que deambulan por esta geografía que todavía se llama la Argentina aunque hoy sea una estrella escondida en la bandera del estado del imperio más asesino de la historia humana.

Florinda Lidia Zabala era hija de doña Rosa y don Alfredo, limpiadora de casas ajenas y estibador portuario respectivamente.

Vinieron de Córdoba[1], de Laborde, a la ciudad que no dormía nunca porque los talleres metalúrgicos y textiles tenían hasta un tercer turno y las plumas flamígeras de sus torres iluminaban la noche de la ciudad obrera, industrial, portuaria y ferroviaria.

Aunque cenaban mate cocido los cinco, tres hermanas y los padres, sentían que había un futuro en esa Argentina que ella aprendió a amar a través del único libro que le pudieron comprar, uno de historia en la que encontró la figura de Manuel Belgrano.

Antes de piantar para la pampa de arriba, la Pochi confesó que le dolían los ojos. Su hijo pensó que en realidad le dolía la imagen del país saqueado después de tanta pelea a fuerza de dulzura y honestidad.

Ella y los demás integrantes de la familia Zabala se hicieron peronistas por zapatos, por conocer por primera vez el centro de aquella ciudad y porque eran respetados a pesar de ser trabajadores.

Sin embargo les metieron tanto miedo que durante años lloraba en silencio cada vez que aparecía la imagen de Evita en el televisor en blanco y negro y decía poco y nada sobre lo que sentía.

Cuando ella dejó de sonreír, su hijo encontró en una de esas cajas de zapatos un carné marrón deshilachado en el que figuraba que Alfredo Zabala había sido delegado del sindicato de estibadores.

Una historia que siempre ocultó a pesar que su hijo estaba fascinado por las crónicas de trabajadoras y trabajadores.

Le habían metido pavor por aquella dignidad de su papá, el estibador de espalda enorme que murió reconociendo solamente a su nieto en aquella casita de calle San Luis antes de la avenida Francia en el mapa rosarino.

Ahora, en esta morada del cosmos, su hijo puede llegar al Congreso de la Nación. Ella, donde quiera que se encuentre, sabe que esas cajas de zapatos pletóricas de recuerdos y fragmentos misteriosos de su vida, andan en el interior de ese tipo que buscará algo que jamás imaginó ni en sus más frenéticas y extravagantes ilusiones.

Aunque las elecciones parecen momentos desvinculados del presente de millones de personas, lo que emerja de las urnas tendrán el sabor de esas memorias simples de gente simple que alguna vez tuvo la ilusión de ser felices en una nación propia que haga realidad los propios sueños.

El tipo, portador de aquellas cajas, peregrino de miles de palabras de cientos y cientos de personas sobrevivientes y obstinadas, está a punto de saber si habrá una alegría en sitios desconocidos del Universo.

Porque si de algo está convencido es que hay una cuarta dimensión en cada persona, largo, ancho, espesor y también la identidad de lo colectivo, la crónica que continúa en cada una y cada uno y que tiene relación el pueblo, con sus luchas, sus sueños, sus pesadillas, la sangre derramada y los amores todavía resistentes.

Tal vez el domingo a la noche sepa que quizás haya sonrisas nuevas para doña Rosa, don Alfredo, Florinda, Beatiz y Blanca, aquella familia que mudó su sueño con la profunda convicción que estaban en una tierra propia pero que hoy parece más ajena que nunca.

Fuentes: Percepciones del presente en clave de conciencia histórica individual y colectiva. O simplemente un deseo, una ilusión de un hijo y nieto de trabajadoras y trabajadores.


[1] El autor habla de su propia familia, de sus propias emociones y de sus propios sueños.

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