- Por Carlos del Frade
Cuando las chicas y los chicos llegaron para celebrar la vida y la voluntad de socializar la belleza y la ternura con las que trabajan en La Quinta, se encontraron con las ruinas que provocaron los incendiadores intencionales.
“Yaque” lloraba porque se había quedado sin juguetes.
El quincho de La Quinta, en la ciudad de Vera, cabecera del departamento más grande de la provincia de Santa Fe -en el norte profundo del territorio, limitando con el Chaco-, era el lugar donde estaba la pantalla para ver cine, los títeres, los juegos de mesa, el ámbito donde merendar y pintar y hacer las rondas de las palabras que tenían consigo las nenas y los nenes de cuatro a quince años. Los que casi todos los días van a La Quinta a pasarla bien. Porque es un espacio de ternura, de porfiada ternura que desde hace casi un cuarto de siglo brinda educación popular para chicas y chicos con muchísimas necesidades.
El domingo 4 de septiembre, alrededor de las 17, el quincho fue quemado intencionalmente. Tenía techo de paja y eso sirvió de combustible. A horas nada más de la pistola a escasos centímetros de la ex presidenta del pueblo argentino, en ese clima denso, el golpe contra el quincho de La Quinta puede leerse como una avanzada más de los sectores conservadores.
El lunes 5, por la mañana, cuando las chicas y los chicos llegaron para celebrar la vida y la voluntad de socializar la belleza y la ternura con las que trabajan las profes y los profes de La Quinta, se encontraron con las ruinas que provocaron los hasta ahora desconocidos perpetradores del incendio. Fue en ese momento de la ronda que “Yaque” lloró por sus juguetes.
Y otros chicos dijeron que aunque se reconstruyera el quincho ya no sería el mismo porque tampoco estarían “sus cuadros”, sus dibujos y pinturas hechos y acumulados durante años y que maravillaban por sus colores y alegría desbordante.
-No será el mismo, será mejor – dijo otro pibe.
Y otra nena especuló acerca de por qué les habían quemado el quincho: “Porque nos tienen envidia. Porque ellos no pueden hacer lo que hacemos acá”, dijo con precisión, simpleza y sabiduría.
En el norte profundo santafesino, geografía habituada a saqueos brutales desde los tiempos de La Forestal, las autoridades políticas como son la intendenta de la ciudad principal y el senador departamental saben mucho de la realidad y sus pliegues oscuros. Por eso sorprendió su llamativo silencio más allá de las presencias de ocasión. Los silencios suelen parecerse a una forma de complicidad. Ojalá digan lo que sepan. Los quemadores impunes pueden generar nuevas y peores hogueras en el futuro. Tampoco la policía agregó algo. Por ahora hay impunidad.
Pero ese mismo lunes, a pesar de los llantos de chicas, chicos y personas mayores, La Quinta comenzó a recibir la vista de vecinas y vecinos. Algunas venían con tortas recién hechas en sus humildes cocinas para que sean vendidas con la idea de juntar pesito sobre pesito para llegar a los dos millones que se necesitan para reconstruir el quincho. Otros venían con maderas, sillas, mesas y hasta ofrecer mano de obra gratuita para volver a construir el espacio. Los quemadores solamente incendiaron el quincho pero no el corazón de La Quinta ni de los ochenta pibas y pibes que la pueblan todos los días.
-Es necesario que nunca más se queme un quincho ni ninguna organización de las que trabajan para la felicidad de las infancias– dijo Cristian, el actual presidente de La Quinta.
El viernes 9, un grupo de referentes de organismos de derechos humanos, educativos, gremiales y políticos fueron a abrazar a las tozudas personas guerreras de la insistencia de la ternura de las pibas y los pibes que hacen La Quinta desde hace casi un cuarto de siglo.
Allí, en el norte profundo santafesino, en el departamento con mayor cantidad de cabezas de ganado y cursos de agua, algunos decidieron golpear a una de las más luminosas construcciones de educación popular de la Argentina.
Aunque quemaron juguetes, títeres, pinturitas y dibujos, no pudieron dañar el alma colectiva de La Quinta.
Allí, en el norte profundo santafesino, La Quinta y la inverosímil ternura de las pibas y los pibes, resisten y no están solos.