- Por Carlos del Frade
Nayla fue asesinada cuando solamente tenía cuatro años en la geografía de la villa 1.11.14 en la orgullosa ciudad de Buenos Aires, la otrora reina del Plata. No fue la tragedia ni la calamidad, sino la consecuencia de dos negocios que forman parte de las cinco arterias que alimentan el corazón del capitalismo desde hace sesenta años: petróleo, armas, medicamentes, narcotráfico y trata de personas.
No se trata de una bala perdida si no de un negocio permanente ganador. El comercio del que alquila o vende las armas o las balas. Todos los años los grandes países del mundo, Estados Unidos, Alemania, Japón, Inglaterra y China, aumentan su producción armamentística. Y todos los años, matemáticamente, aumentan las muertes de niñas y niños en el tercer mundo, especialmente en América del Sur.
Alcira, la mamá de la nena, sostuvo, entre otras cosas: “Yo perdí a mi hija por un desalmado y lo único que pido ahora es justicia por Nayla. Vamos a hacer el velatorio en mi casa, quienes vengan, traigan globos blancos porque a ella le encantaban los globos”, dijo. Más allá de las particularidades de la persona que disparó semejante cantidad de tiros, el problema está más allá del matador y su alma.
El verdadero desalmado es el sistema que se nutre cotidianamente de la fenomenal economía que genera el comercio de armas, municiones y drogas. Ese sistema que desprecia de la sangre derramada de chiquitas como Nayla y termina celebrando el dinero que junta en los bancos del centro de las grandes ciudades gracias a quienes usan sus herramientas que multiplican el dolor.