– Los casi cinco mil kilómetros del Paraná son el mapa que llevaba al tesoro de la tierra sin mal de los guaraníes que venían del Amazonas. Tres mil años antes del revolucionario crucificado en Jerusalén, aquellas familias buscaban hacer realidad del proyecto colectivo de sus abuelos. Para eso viajaban bordeando el Paraná. Cinco mil kilómetros y cinco mil años después, el Paraná parece exhibir las heridas que el extractivismo salvaje vino propinándole hace medio siglo por lo menos.
Las cuatro emergencias que hoy sufre el río sintetizan los dramas del país semicolonial que es la Argentina.
La “bajante” es la primera de ellas. Consecuencia de la destrucción planificada del 18 por ciento del Amazonas como ha sido reconocido por el mismísimo Ministerio de Agricultura de Brasil como consecuencia de las inversiones que permitió hacer el gobierno de Bolsonaro a mineras y explotaciones sojeras y ganaderas.
Casi la quinta parte del pulmón del planeta, como tantas veces se escuchó en escuelas y medios de comunicación, inmolada en el altar del dinero en pocas manos y ajenas al devenir sudamericano. No hay ríos voladores como antes, no hay humedad como antes y el agua se vuelve escasa. No se trata de dioses malvados, si no de negocios planificados y permitidos. Proyecto económico impuesto para todas las naciones del sur del mundo.
El sobredragado es la segunda de las emergencias que hoy presenta el Paraná. A pesar de los casi doscientos foros en defensa de la soberanía por la principal vía acuática de la Argentina, el gobierno decidió retomar solamente por un año el control, la administración y el cobro del peaje de las embarcaciones que van y vienen por las aguas marrones.
Pero en ese decreto que le concede el manejo a la Administración General de Puertos, ya habla de la continuidad del drama: se permite el sobredragado. Una llamativa autorización del gobierno nacional para degradar la biodiversidad con consecuencias difíciles de valorar, en especial luego del derrumbe de parte de la costanera rosarina en pleno centro de la ex ciudad obrera.
Y en forma paralela, en distintas zonas de las barrancas de casi mil kilómetros, los desmoronamientos son la prueba del sobredragado aunque todavía no se sabe, a ciencia cierta, cuánta fauna ictícola y cuánta flora relacionada al Paraná se llevan perdidas en el último cuarto de siglo. Sobredragar para garantizar el ingreso de los portaviones sojeros y que se lleven o dejen lo más rápido posibles sus varias cosechas.
La contaminación del río, tercera emergencia reactualizada por el excelente informe del Instituto de Pensamiento Popular “Soberanía”, sintetiza el nivel de impunidad de diversas empresas multinacionales sin ninguna pasión por cumplir las mínimas exigencias de control de residuos que piden algunas reglamentaciones y leyes, provinciales y nacionales. Esa contaminación, detectada y denunciada desde los años ochenta en los primeros años de la democracia recuperada, ratifica el rol de país dependiente. Esas multinacionales tienen un desempeño cotidiano donde se presentan como ajenas e impunes, como si fueran terceros estados dentro de la geografía santafesina. La contaminación refleja la fragilidad del concepto independiente que se le atribuye a la Argentina.
La colonización mental es la cuarta emergencia que revela el Paraná. Ni los puertos ni el agua ni las riquezas materiales ni la biodiversidad son propiedad de las empresas que alquilan los puertos o explotan las tierras vinculadas al río. Pero es tan fuerte el grado de colonización mental que durante más de un cuarto de siglo se habla más de la hidrovía que es el nombre de una empresa que del río Paraná.
La privatización del Paraná entraña el segundo plano de su naturaleza y sus habitantes. Es imprescindible un proceso de descolonización mental para recuperar el rol legítimo y real que deben tener las grandes mayorías argentinas. No somos inquilinos, somo custodios y propietarios. No puede ser que las multinacionales, las inquilinas, pongan las condiciones a los históricos custodios y dueños del Paraná y alrededores.
Estas cuatro emergencias del Paraná del presente son, en realidad, las más visibles pruebas de la dependencia de nuestro pueblo, causa fundamental del empobrecimiento que sufren casi 13 millones de personas en la Argentina crepuscular del tercer milenio.
Recuperar el Paraná supone construir soberanía ambiental y económica para democratizar la felicidad, tal como lo decía Belgrano cuando sostuvo que el objetivo de la revolución es la felicidad del pueblo.
Fuente: “Historia social del Paraná”, del autor de esta nota, Rosario, 1994.