- Por Carlos del Frade
Somos descartables, puntos en la mira de una pistola y eso no le importa a nadie…
Eso dijo uno de los vecinos rosarinos que se movilizaron para exigir justicia por el asesinato de Claudia Deldebbio en la plaza “Rodolfo Walsh”, en el barrio Municipal, en el sur de la ex ciudad obrera, el sábado 23 de julio de 2022, luego de acompañar a su hija, Virginia Ferreyra, a tomar el colectivo quien, a su vez, recibió siete balazos y al momento de escribir esta nota peleaba por sobrevivir.
Les tiraron ante la mirada impávida de policías que estaban en un patrullero en una de las esquinas de la plaza.
Les tiraron porque no podían creer que un rato antes desde dos automóviles dispararon contra una de las torres del complejo habitacional.
Les tiraron porque supuestamente en ese lugar vive una persona vinculada a las bandas enemigas.
Pero les tiraron, fundamentalmente, porque el negocio de las armas, las balas y el narcotráfico imponen la necesidad de derramar sangre para seguir acumulando dinero en ciertas geografías muy distantes de plazas desangeladas. Siempre que se dispara una bala alguien cobra por el arma alquilada o vendida. De allí la contundencia de la simple frase del vecino: “puntos en la mira de una pistola”. Lo importante es la democratización de las pistolas. Para el negocio eso es lo que debe garantizarse, que las pistolas estén en cualquier mano en cualquier momento.
Durante el primer semestre de 2022, en la ciudad de Rosario hubo 392 personas heridas con armas de fuego. Más de sesenta personas heridas por mes. Dos por día, una cada doce horas. Cifras que marcan la fenomenal obscenidad del negocio mafioso del contrabando de armas.
Ya en 2018, desde esta misma columna, habíamos alertado que una escucha judicial detectó que un joven jefe de la banda narcopolicial “Los gorditos”, Brandon Bay, ordenaba tirar contra los cuerpos de bebés. A partir de ese momento se descendió un escalón más en el infierno del Dante. Ni la humanidad de las chiquitas ni de los chiquitos evitaría parar la condena de los ejecutores. La ferocidad y la perversión parecen funcionar como aceleradores de la acumulación de dinero para estas bandas nuevas que crecieron en forma paralela a la desarticulación de los grupos que durante una década parecían adueñarse de los barrios de la ex ciudad industrial.
Horas antes de la balacera, el gobierno paraguayo a través de su justicia federal, informó que desde 2020 a 2022, seis toneladas de cocaína y marihuana partieron por las aguas marrones de los ríos Paraguay, Paraná y Del Plata, configurando lo que llaman la “hidrovía de las drogas”, una brutal confirmación de la permanente reconfiguración del estado bobo y cómplice de las mafias regionales.
Los puertos por donde pasan los narcobarcos están en manos de multinacionales, demostrándose en la práctica que la corrupción no es solamente estatal. Y que esas exportadoras son las que además ahora se dedican a encorsetar democracias de baja intensidad como sucede en Argentina, Paraguay, Bolivia o Brasil.
-A cualquiera de los que estamos aquí nos podría haber pasado lo que les pasó a ellas. No podemos salir a hacer las compras, a esperar el colectivo, no podemos hacer nada sin miedo. Queremos seguridad ya, necesitamos un puesto policial en la plaza en forma permanente. No queremos más Claudias ni que maten a nuestros hijos – añadió una de las mujeres del barrio donde mataron a Claudia e hirieron a Virginia.
Mientras asoman estas nuevas e irracionales ferocidades, mientras crecen nuevas pandillas desesperadas por tener dinero de manera rápida y salvaje, el negocio diario y permanente del contrabando de armas junto al narcotráfico continúa sin importar vidas luminosas como las de Claudia y Virginia.
Porque como decía el vecino con simplicidad, son descartables, “puntos en la mira de una pistola”.