Celina “Queca” Kofman es maestra y fue directora de una escuela en Concordia, en la provincia de Entre Ríos. Fue mamá de tres chicos, uno de ellos hoy d
La Queca siempre tiene la sonrisa abierta, generosa y la mirada profunda como algunos cielos de ciertos lugares abiertos. Tiene ochenta y dos años, un dato que revela la increíble energía de una mujer que sigue luchando como si tuviera, en realidad, treinta años menos.
Sus tres hijos fueron militantes desde principios de los setenta. Aunque en Concordia la cosa no era fácil.
“Era un ambiente muy embromado, muy conservador, muy cerrado. Nos costó mucha lucha a las madres para que nos acompañaran. Tenemos más de veintitrés desaparecidos en Concordia y además hubo muchos presos políticos. El primero que empezó a militar fue Hugo y después se enganchó Jorge”, dice la Queca.
Hugo se recibió de licenciado en química y Jorge se fue a Córdoba a estudiar Filosofía y Letras.
“Mi marido no los comprendía en su militancia. Pero a mi me convencieron hasta el día de hoy. Recuerdo que cuando venían en vacaciones, todos querían hablar conmigo de política, unos más que otro, mostrarme en qué estaban, en qué militaban. Yo tenía un miedo atroz.
Una vez Jorge le dice a Hugo: “A la vieja la gané yo”, como diciendo: “No te gastés porque ya la tengo ganada yo””.
En Córdoba la casa era un lugar de militancia. No había menos de veinte personas casi a diario.
“A mi hijo le decían el hipicito. El me llevó a muchos lugares donde estaban sus jefes. Yo ya estaba totalmente inmersa en la lucha de ellos, con un miedo terrible. Estuve más al lado de Jorge que de Hugo y Raúl. Fue algo predestinado. El se refugiaba mucho. Le gustaba contarme las cosas que hacían”.
Hasta que Jorge decidió irse al monte en Tucumán.
-Vos tenés que hablar con tu mamá –le dijo la esposa a Jorge- Porque viaja al interior – agregó.
-Cuidate –fue lo único que le dijo la Queca.
Hasta que le mandan una fotografía que tiene de fondo la casita de Tucumán. “Benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán”, decía la imagen.
Era la confirmación del destino elegido. La compañera de Jorge fue mamá y a los veintisiete días le entregó la nena a la Queca. El cerco se va cerrando sobre ellos. Decidieron sacar la familia del país.
“En la AMIA me reciben muy bien y me explican que estaba muy brava la mano, que estaban sacando hasta en cajones de muertos, que ellos se harían cargo de ella, pero que la podían sacar desde Río de Janeiro. Pero, ¿cómo la sacábamos nosotros hasta Río de Janeiro?…Era terrible, entonces ellos me dieron las indicaciones, que tratemos sacarla por Paso de los Libres y llevarlos a uruguayaza. Que nos alejemos inmediatamente de la frontera y que tratemos de llegar a Río de Janeiro. Una vez ahí que nos comuniquemos con la AMIA de Río que se iban a hacer cargo de ellos”, fueron las indicaciones recibidas.
“Entonces fuimos en auto, mi esposo, Hugo, Julia, los chicos y yo. Cuando llegamos a Paso de los Libres tuvimos una suerte muy especial porque era la hora de la siesta y en la aduana los canas estaban durmiendo, bajaron mi esposo y Hugo, les preguntaron quién iba en el auto. Mi esposo dice va mi señora y la esposa de él y los chicos, y le dice “Pasen nomás” y le tomaron los datos solamente a mi marido. Cuando llegamos a la frontera brasileña, pasa
lo mismo, los canas durmiendo. Hacía mucho calor, era principios de noviembre de 1977, ya estábamos en Uruguayana, una vez llegados ahí los chicos lloraban. Estaban un poco cansados, les dijimos que iba a llegar la mamá…”, cuenta Celina. Había un avión de siete plazas.
“Cuando subimos, la nena pegada a mí lloró todo el tiempo y no quería ir con su madre. Era una cosa horrorosa, yo no puedo describir tanto dolor. Ya habíamos vuelto de Tucumán. Sabíamos que era casi imposible recuperar con vida a mi hijo. Llegamos a San Pablo, le pedimos a un chofer que nos llevara a un hotel limpio pero modesto, y arreglamos con ella que nosotros íbamos a cuidar los chicos y ella iba a hacer los trámites en la AMIA. Así lo hicimos y pasaron 18 días, porque le dijeron que tenía que venir un avión determinado, con determinada tripulación que era la que hacía el trabajo de sacar a los chicos, 15 días después. Nuestras reservas ya estaban agotadas, mi marido estaba muy nervioso, muy mal, pero teníamos que disimular, llevar a los chicos a los juegos, a la playa. Tratar de hacer una vida lo más normal posible por los chicos mientras ella se ocupaba de los trámites, a los 15 días viene y nos dice, dentro de 3 días viene el avión, así que nos vamos a ir, mi esposo casi se muere ahí”, narra Queca.
El marido se volvió a sembrar el poco arroz que les quedaba.
“Fuimos a la Terminal, los chicos jugaban, ella hacía los trámites, cuando llamaron para el embarque y mi nuera se abrazó conmigo el chico se dio cuenta que yo no viajaba. Se prendió de mi pollera y armó un escándalo. Él gritaba, la chiquita gritaba, me agarraron de la pollera y decía sin la abuela no me voy, un escándalo que lloraba toda la gente que estaba en la sala de espera, yo temblaba como una hoja. Ella avisó que no podía desprender los
chicos, vino la azafata con juguetes. Los llevaron, yo sentí los gritos de llanto hasta que se perdieron…
“Yo pensaba: tengo que estar fuerte, es el momento más importante en la vida de los chicos, algún día voy a poder llegar, los vamos a ver, ellos se van a la libertad, van a ser criados por su madre…
“Me hacía esas reflexiones. Cuando se serenó todo y yo no escuchaba los gritos porque ya estaban metidos en el avión, se acercó un matrimonio, mucho mayor que yo, esto fue en el año 1977 y me dicen algo en portugués. Yo los entiendo. Que ellos saben perfectamente lo que acabo de pasar, saben lo que está pasando en la Argentina y que quieren ayudarme, y me preguntan qué necesitaba…
“Les dije que me volvía a mi casa y que no se molestasen, que yo estaba bien, entonces me llevaron a la terminal, sacamos un pasaje y como faltaban dos horas me llevaron a su casa, me sirvieron un té en un jardín lleno de plantas. Realmente así como hay personas tan dañinas y tan perversas, hay otras, yo no se el nombre de ellos, ni creo que los vuelva a encontrar en lo que me queda de vida, pero les estoy eternamente agradecida porque me ayudaron mucho, después me llevaron a la terminal y no se fueron hasta que no me
saludaron con la mano, no me fui sola de Río de Janeiro, mientras mis nietos y mi nuera, que es una hija para mí volaban”
“Volví a la Argentina y volví a Concordia, porque vivíamos ahí. Cuando llego a Concordia estaba tomando mates, yo le había avisado a mi marido que llegaba y me estaba esperando con el mate. Suena el teléfono y era Paco, que decía “Llegamos abuela, los esperamos, es muy lindo acá”, así que esa parte psicológica estaba en cierta manera superada. A los diez meses, mi marido estaba muy enfermo, ya había tenido un pre infarto, frente a una iglesia en donde no nos quisieron recibir, frente a Pío Laghi en Buenos Aires, que estuvimos como 6 horas ahí él tuvo un pre infarto.
“A los 10 meses mi marido dice quiero ir a ver a los chicos porque se siente muy enfermo. Tiramos los últimos pesitos que nos quedaban y nos fuimos a ver a los chicos. Pasamos dos meses. A los seis meses que volvimos, murió. Pero estaba muy contento y antes de su muerte, yo estuve con él y estaba consciente, levantó su mano y dijo “Los chicos tenían
razón”
Jorge desapareció cuando tenía veintitrés años. Llegaba a Santucho y Gorriarán Merlo vivía con él. Fue quien le contó que no había noticias del Hipi.
Fueron a buscarlo a Tucumán. Se contactaron con un abogado radical, Angel Pisarello, “un hombre extraordinario”, sostiene Celina.
“Un día nos manda a ver a un tal Isa, dueño de un bar de Famaillá, dice el abogado. “Me debe muchos favores, hasta me debe la vida, van a llevar una carta y él entra y sale de la Escuelita de Famaillá como don Juan por su casa, si él está adentro vamos a saberlo”. Le manda una carta y el tipo se va volando. Ahí a media cuadra estaba la escuelita de Famaillá. Yo lo veo entrar, estamos sentados ahí tomando un cafecito con mi marido y demoraba y de
repente viene y me dice: “No, no hay nada”. Yo soy muy perspicaz y me doy cuenta que él no quería hablar y de repente me mira y me dice: “¿Pero ustedes son judíos?”. Y yo me dí cuenta que estaba ahí. Porque Jorge no tenía la circuncisión hecha. Por razones religiosas no se la habíamos hecho, entonces a él seguramente lo apretaban si era o no era judío.
“Entonces yo digo: “Mi hijo está ahí, en la escuelita” y dice “No, su hijo no está”. Yo salgo corriendo, mi marido desesperado a los gritos “Te van a matar”…
“Cuando llego a la mitad de la plaza ya están los soldados poniéndome la escopeta en el hombro y me dicen: “Ni un paso más señora, qué quiere usted” y le digo: “Mi hijo está ahí y déjeme llegar, yo no voy a hacer nada, quiero decirle algo, quiero gritarle algo, que sepa que estoy yo” y dicen: “Su hijo no está ahí” y sigo avanzando. Mi marido sentado en un banco, no daba más y yo les digo: “Voy a llegar hasta el alambrado, no voy a dar ningún
paso más, déjenme tranquila”…
…entonces bajaron las armas pero me rodeaban, cuando llegué al alambrado le grité
“Jorge” con toda la voz…
…no sé si me sintió pero sé que estaba ahí porque no hay duda alguna.
Cuando llegó la democracia, Queca volvió a Tucumán y colaboró con la comisión
bicameral en la investigación de los centros clandestinos de detención.
“Logramos con los abogados que el juez ordene que se me abran las cárceles de Concepción, de Villa Urquiza, en Famaillá ya funcionaba la escuela, ya no había sentido y el psiquiátrico porque una enfermera había denunciado que había desaparecidos, esa enfermera desapareció en la época de Alfonsín, mirá si quedaban desaparecidos. Y luego esa enfermera desaparece… El juez ordena que con el auto del juzgado y el secretario del
juez me lleven y que se me abran las cárceles y sabés lo que me dicen los abogados “No se le ocurra decirle al fulano de tal que es de origen judío porque la va a tirar en un precipicio, es un nazi el que la va a llevar, pero él está cumpliendo órdenes, se le van a abrir las cárceles”.
“Llegamos a la primera cárcel, la de Concepción, por donde habían pasado muchos desaparecidos, el director nos recibe muy bien, habían cambiado ya todas las autoridades, nos ofrece un café, yo digo “Voy a tomar café donde torturaron y mataron a tantos”, yo me sentía re mal, creía que me descomponía, a veces me flaquearon las fuerzas, pero nunca aflojé y dice “Voy a llamar a gente que tengo de la época del 75” y llamó a un
guardiacárcel. Cuando el director le tira las fotos y le explica “Esta señora tiene un hijo desaparecido, en Tucumán, lo anda buscando, ud. no lo ha visto que hace tantos años que está en esta cárcel” y le tira como 50 fotos y yo veo que se fija en la de Jorge, mira, mira, y en eso le veo dos lágrimas…
“…era un ruso grandote, fornido, rubión y yo dije “Jorge, estuvo acá” y dice “No, no yo no reconozco a ninguno” y se va para afuera y le digo: “Me permite tomar un poquito de agua que me siento mal”, yo quería hablar con él y le digo “Usted lo vio a mi hijo, yo quiero hablar con usted”.
“Entonces el hombre me dice “Usted en qué hotel está, yo voy a ir a hablar esta noche”. No fue nunca. Después llama a dos presos de cadena perpetua que estaban en el 75 y los dos lo reconocen a Jorge y dicen “Si, estaba al otro lado de la cortina de hierro, siempre hablaba con nosotros y me decía: “Muchachos, ¿no tienen una guitarra?” y ahí me di cuenta. Porque Jorge vivía guitarreando, era el que más tocaba la guitarra y dicen “Aunque hubiéramos tenido no se la podíamos pasar porque había una cortina con hierro, pero él hablaba mucho con nosotros, después un día no lo vimos más”
Ese mismo hombre que preguntó si Jorge era judío también les dijo que estaba lastimado en una pierna.
“Nosotros sabíamos que él tenía una granada en una pierna, porque el abogado había averiguado que después de la acción de Manchalá, que ahí empieza la derrota definitiva de la guerrilla, se había caído del camión donde disparaban y se internó en un cañaveral, y rastreando y rastreando, estaban preparados para eso, cae a una finca y en la finca lo auxilian, lo curan. Está unos ocho, diez días ahí, los ayudaba en la zafra, rengueaba, la
gente de la finca tiene contacto con el abogado y le cuenta eso y un día les dice: “Yo tengo que volver a Córdoba”…
“Los milicos estaban enloquecidos persiguiendo a todos lo que habían disparado de la acción de Manchalá” y le dijeron: “No te conviene porque está muy brava la mano, te van a agarrar en el colectivo” y él dice: “Bueno, llévenme en un sulky por un camino. Porque tiene que nacer una hijo mío, no se si varón o mujer y yo le dí la palabra a mi compañera que yo iba a volver”, no lo pudieron convencer. Lo llevaron en un sulky por un camino que
yo años después fui a ver, lo caminé y ahí pasaba el colectivo El Trébol y sube. Según los datos que me había dado el “Pelado” y que están constatados y comprobados por el abogado, lo bajan en un control, no se sabe exactamente en qué control, lo bajan con el cura que viajaba con él y todavía me dicen los chicos a lo mejor no era un cura, pero era realmente cura y era de Santa Fe . Los bajaron a los dos y el cura apareció carbonizado
quince días después. Ese es el dato que me da el “Pelado” y que Jorge desaparece, se pierde la pista por años. Pero después el “Pelado” le dice a la hermana que no lo calcinaron, que lo llevaron y estuvieron con Jorge en Famaillá y ahí lo crucificaron, qué perversidad.
“Esa es una historia muy difícil porque empiezan a aparecer 20 cadáveres en la morgue todos los días en Tucumán, había que ir a reconocerlos, Hugo fue dos veces y después el abogado se lo prohibió, yo no me animaba a ir, no tenía fuerza, porque decía “Me voy a morir ahí, no lo voy a poder enterrar” y como yo tenía tantas fotos de Jorge el abogado reconstruye la cara y dice “Yo voy a ir todos los días y ustedes me van a esperar en el bar,
todos los días a las seis de la tarde. Yo les voy a trae noticias”. El abogado muere después, lo secuestran. El abogado nos traía noticias pero yo pienso que si lo encontraba a Jorge no nos iba a decir…
“Después nos mandó a hablar con Bussi porque nos dice que en la época de la Revolución Libertadora, en el 55, él le salvó la vida a Bussi porque lo escondió y nos mandó con una carta, en el Regimiento 5 creo. Fuimos con mi marido y dice “Yo los voy a estar vigilando, voy a controlar la salida” porque corríamos el riesgo de nos salir. Entramos a las dos de la tarde, nos pidieron los documentos y eran las siete de la tarde, no nos había recibido y no lográbamos recuperar los documentos. Mi marido ya estaba tirado en un sillón, porque estaba descompuesto, entonces le mandamos a decir “Que si no nos podía recibir hoy que íbamos a volver otro día, pero que queríamos ir al médico porque mi esposo estaba descompuesto”, no había manera que nos devolvieran los documentos, entonces nos dicen “Dice el General Bussi que le deje el teléfono y la dirección que los va a llamar”, y yo le dije “No, nosotros vamos a venir y vamos a esperar el tiempo necesario pero yo ahora me llevo a mi marido al médico”, entonces al ratito vinieron con el documento. Eran las nueve de la noche ya, el
abogado estaba desesperado, enseguida nos comunicamos con él y le dijimos que Bussi no movió un dedo, que no nos dio ni bola.
“Un día el abogado llama y dice que hay una luz en el camino. Que me llame Hugo que nos vamos a encontrar en un lugar equidistante, dijo. Esa noche lo secuestran. Tenía 65 años. Esa noche él acompaña a la hija a tener familia, porque la mujer estaba en cama con un ataque al corazón, nace su nieta, vuelve de la clínica y cuando se estaba desvistiendo para acostarse, le cae la cana y lo secuestran. Le reventaron los órganos genitales, eso nos lo cuenta gente amiga de él, le cosieron la boca con un alambre. Como una advertencia para todos los abogados del país y lo tiraron de un avión en Santiago del Estero y con eso se nos apaga la última lucecita, la última pista.
“Nosotros creemos que él descubre que estaba en Famaillá en algún campo de concentración y esa era la luz. “
Desde hace algunos años, Celina Kofman es Madre de la Plaza de Mayo de Santa Fe. Ahora pelea desde la Casa de los Derechos Humanos por la suerte de las familias inundadas en 2003. En una de las marchas de los jueves se encontró con Carlos Reutemann, por aquel entonces, gobernador.
-Las Madres, ¿qué hacen aquí, que están buscando? –les preguntó.
-Justicia…-le dijo la Queca.
-Uh…pero eso déjenlo en manos de Dios.
-Que Dios allá arriba haga lo que quiera, pero nosotros queremos justicia en la tierra.
Carlos Reutemann se rió y nunca las ayudó.
“Como si no existiéramos. Nos ignoró”, recuerda la Queca.
“En el fondo de mi corazón creo que encontrar sus huesos para mi sería muy terrible, porque vos me conocés, me has visto en la lucha siempre y jamás, jamás me lo pude imaginar en un cofrecito hecho cenizas, porque para mí sus sueños están vivos, sus proyectos están más fuertes que nunca, con sus hermanos, la ayuda y la compañía que yo tengo de mis hijos, de mis nietos, ahora son ellos los que me están apoyando, vos conocés el compromiso que tiene Diego….
“…el motor que tengo es, no solamente el de los hijos que me quedaron, el de los nietos tan hermosos que me acompañan, sino que tengo el impulso que me están dando los 30.000, creo haber entendido la lucha, nuestra generación está cumpliendo el ciclo biológico inexorable y ojalá muchos compañeros que sigan luchando y no hay dudas que va haber gente que siga luchando por el camino que marcaron nuestros hijos…
“…pese a tanta gente que no entiende o no quiere entender, a veces hay dificultades en todas las circunstancias de la vida, en todas las luchas, yo tengo mucha fuerza, cada vez estoy más convencida y orgullosa de los hijos que tuve.
“Seguiremos adelante y la revolución se va a dar en todo el país”, dice la Queca Kofman, una de las tantas Madres de Plaza de Mayo del litoral, de la Argentina.