– -Papá, papá… mirá… sangre.
Eso dijo Joel, de siete años, en un barrio rosarino, después de una balacera en la tarde noche del miércoles 28 de octubre de 2020.
Era la sangre de su propia pierna.
Un proyectil nueve milímetros le había perforado su pie izquierdo.
-No queremos vivir más acá. No quiero enseñarle a mis hijos que cuando escuchen disparos hay que tirarse al piso. Hace nueve años que vivimos en el barrio. Tenemos nuestra historia acá. Mis hijos tienen 7 y 9 años. Tienen sus amigos. Nosotros todo el tiempo estamos sentados en la vereda de la casa. Quiero irme pero quién me va a comprar mi casa acá. La verdad es que no sabemos qué más hacer – le dijo el papá de Joel a los medios de comunicación rosarinos.
-Iban cuatro en el auto. Llegaron, se pararon, nos miraron a todos los que estábamos en la calle y empezaron a disparar. No les importó nada. Tiraron contra el templo, contra la casa que balean siempre y le dieron a la casa del papá de Joel que no tienen nada que ver. Pudo ser una matanza – contó una señora del barrio sudoeste.
Como si la vida se tratara de un videogame, las pistolas con doble cargador abren sus bocas para descargar fuego y plomo sin reparo alguno en lo que encontrarán en su vuelo letal.
La muerte es una consecuencia del negocio.
La sangre que Joel le pidió a su papá que mirara, era su propia sangre.
No se trató de una bala perdida sino, como siempre se insiste desde esta columna, de la consecuencia de un negocio que no pierde ni una sola bala. Porque cada proyectil que se dispara fue vendido o alquilado con absoluta y llamativa facilidad.
Desde hace treinta y siete años la construcción democrática argentina no pudo destruir los negocios que el capitalismo ya había montado y multiplicado a partir del terrorismo de estado: narcotráfico y contrabando de armas.
Un negocio que no para de crecer.
En el imperio, de acuerdo a las cifras oficiales casi a fines del pandémico año 2020, se conoció que 28 millones de armas fueron vendidas para el mercado interno.
Un fenomenal comercio alimentado por el propio estado de Estados Unidos y promovido hasta el hastío por los grandes medios de comunicación.
Hay veces que esas armas nacidas del presupuesto oficial del país más poderoso de la Tierra llegan desarmadas a estos atribulados arrabales del mundo y desde aquí, desde la ex ciudad obrera de Rosario, se ensamblan para después exportarlas a los grupos narcos brasileños, como dijo un juez federal porteño en junio de 2018.
Ese peregrinaje de las armas y municiones no parece estar demasiado lejos del conocimiento de los gobiernos.
Sin embargo no hay un mapa de los nidos de los cuales emergen hacia sus destinos.
No hace mucho, un lúcido y joven funcionario de la provincia de Santa Fe dijo que las armas nacen legales y es efectivamente cierto.
Y también sus consecuencias terminan legales, sugerimos desde este lugar.
Porque aunque el mercado “ilegal” de armas está prohibido, el dinero que conlleva la venta o el alquiler de las balas y las armas termina siendo blanqueado en los bancos, las mutuales, las mesas de dinero, las cuevas del sistema en cada gran ciudad del continente, en cada gran ciudad de la Argentina del tercer milenio.
El chiquito de siete años que fue lastimado en su pie es una de las tantas víctimas de un negocio fenomenal y desbocado que generalmente arranca vidas en cualquier punto de la geografía.
Joel, de solamente siete años, con edad para estar en segundo grado, acaba de aprender que su sangre ya forma parte de los costos del fenomenal negocio internacional del contrabando de armas.
Negocio impune y con muchos más años que Joel y los 37 años de la democracia argentina.
- Publicado por Agencia Pelota de Trapo