EL MÉTODO DE TIJUANA, EN ROSARIO
- Por Carlos del Frade
Cuenta una investigadora española que “el año 2008 comenzó con una serie de ejecuciones, secuestros y levantones “no autorizados” que “calentaron la plaza”, por eso Tijuana y el narcocrimen estuvieron bajo la lupa de la prensa nacional e internacional y del Estado.
Los lugartenientes de las células más violentas estaban indisciplinados y enfrentando los repartos y las órdenes del “Ingeniero”, un líder prematuro y sin experiencia que intentó controlar la plaza con una acción de castigo que finalmente fue burlada y precipitó la escisión en dos bandos la madrugada del 26 de abril de 2008. Narran que esa madrugada, dos grupos de comandos fuertemente armados produjeron una balacera conocida como la Balacera del Cañaveral por haberse perpetrado en las calles aledañas a una frutería-restaurante con ese nombre; en dicho tiroteo, unos se encontraban alineados con “El Ingeniero” y el resto, entre ellos Teodoro García Pimentel, alias “El Teo”, se encontraban en su contra. Esa sanguinaria noche arrojó 15 fallecidos”.
Agregaba la tesis que “los siguientes meses y años fueron de una lucha brutal y de aniquilamiento por el control del territorio o plaza entre las huestes del “Teo” y del “Ingeniero” y con las fuerzas de seguridad y militares del Estado como terceros en discordia, que se cobró más de 2 500 muertos en tres años… Durante todo este tiempo, la tecnología de la violencia para infringir daño y terror al contrincante o enemigo alcanzó formas de un horror inimaginable». A finales de 2008, se empezaron a registrar muertes en las que la brutalidad se posicionaba en el centro de la estrategia con el fin de escandalizar y aterrorizar”.
Añade que “las huestes del Teo en Tijuana fueron de los primeros en torturar, mutilar, decapitar o dejar mensajes explicativos en forma de avisos para que tuvieran el mayor eco mediático, toda una puesta en escena, lo más macabra e intimidable posible; acciones que han de concebirse como terrorismo o, más exactamente, narcoterrorismo… A pesar de las detenciones de narcotraficantes de alto rango, los enfrentamientos y muertos no cesaron. Al contrario, la agresividad de estos sujetos se agudizó. Los cuerpos de los ejecutados comenzaron a exponerse en la vía pública: mutilados, decapitados, colgados, encobijados. Cadáveres con huellas de tortura y con leyendas en sus cuerpos, o acompañados de mantas, que advertían lo que les sucedería a todos”.
La crisis del Cártel de los Arellano Félix “ocasionada por la muerte o captura de sus dirigentes o miembros clave, orilló al cártel a dar un giro radical en sus técnicas de reclutamiento, del ingreso de narcojuniors pasaron a reclutar narconacos, término despectivo para señalar a jóvenes o adultos pobres o maleducados -si se prefiere embrutecidos o zafios- que son reclutados en las colonias o rancherías controladas por el narco y que juegan el rol de carne de cañón, torturadores sin escrúpulos y obedientes verdugos sin atisbo alguno de piedad”, apuntaba el notable trabajo de investigación de María de Jesús García Velázquez.
En Rosario
En octubre de 2022, en la saqueada pero siempre resistente geografía rosarina, algo de todo aquello quedó sintetizado en la presentación de un asesinato. Toda una escenificación para mostrar la muerte producida. Matar para mostrar.
-El cadáver de un joven, ejecutado de dos disparos en la cabeza, apareció maniatado de pies y manos, con una remera en la boca, sobre las vías del tren que pasa por la zona oeste de Rosario. Es el tercer homicidio que se produjo en las últimas 24 horas. La víctima aún no fue identificada, según informaron fuentes policiales. El joven habría sido asesinado en la madrugada de este jueves en medio de una trama donde aparece la venta de paco y la extrema pobreza en un asentamiento en el barrio Empalme Graneros, actualmente, la zona más violenta de Rosario – decían los diarios nacionales.
En la etapa contemporánea de la acumulación del capitalismo a través del narcotráfico y las violencias urbanas, la presentación de los asesinatos comienza a tomar una especial dimensión en Rosario.
Estas formas no solamente son una amenaza contra los grupos que se disputan la hegemonía de ventas en los barrios, sino que prologan advertencias brutales contra la institucionalidad democrática.
Matar para mostrar es, en este contexto, una comunicación política de grupos violentos que terminan siendo funcionales al achicamiento de la democracia. Ojalá que los partidos tradicionales se despierten de una buena vez.