– La Argentina era del país donde las únicas y los únicos privilegiados eran las niñas y los niños. El permanente reciclaje de la traición del sueño colectivo inconcluso de la revolución de mayo de sentar en el trono de la vida cotidiana a la noble igualdad, producirá a fines de 2020, el año de la pandemia, que ocho millones trecientos mil pibes y pibas sean pobres.
La innoble desigualdad, hija directa de la concentración de riquezas en pocas manos, responsabilidad de políticas cobardes que no quieren “descontentar a las grandes riquezas que acumuladas en pocas manos funcionan como el agua estancada pudriendo” los demás sectores sociales, como diría Mariano Moreno, el primer desaparecido a la historia, genera postales de chicas y chicos violentados e inmolados ante el indiferente y perverso dios dinero.
La muerte de Quino, justamente en el día en que se conocieron los nuevos datos de la apabullante pobreza e indigencia del primer semestre del año del covid, parece ser la metáfora adecuada para revelar y presentar el presente de las niñas y los niños en lo que queda de la Argentina.
En medio de estos partes de las consecuencias de la impunidad de los señores millonarios, en Rosario, ex ciudad obrera e industrial, una nena de dos años que tiene traqueotomía por sufrir de Epoc, está siendo criada en el Hospital Provincial por médicos y enfermeras.
Cuenta la periodista y escritora de cuentos infantiles, Laura Vilche que “son nenes y nenas que se familiarizan más rápido con los aparatos médicos que con los juguetes. Historias atravesadas por múltiples problemáticas, todas extremas como la violencia o la falta de vivienda y posibilidades de cuidado sanitario intensivo”.
Y agrega que “a estas biografías infantiles las enlaza otro aspecto: las madres, las más visibles en estas historias, son mujeres condenadas socialmente por afrontar como pueden los dramas de sus hijos, no saber o no poder criarlos, o tomar distancia de ellos”.
El 20 de diciembre de 2019, recuerda Vilche, Francesca Piñero, una nena de un año había recibido un balazo en su pancita, consecuencia de una de las tantas peleas a los tiros en la zona sur de la ex ciudad industrial.
“Estuvo tres meses internada en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela. Cuando le dieron el alta, su mamá, Mónica Hidalgo, confesó que la familia no tenía donde ir y tampoco quería volver al barrio debido al miedo”, marca la periodista y escritora.
-Cuando sucedió la balacera, vivíamos en una casita atrás de la de mi suegra, pero se llueve todo y está llena de humedad – dijo su mamá en aquel entonces.
Y en marzo de 2020, en el Hospital de Niños Zona Norte, tres hermanitos de cuatro, siete y once años, estaban allí desde hacía tiempo. También había una bebita.
-Los tres nenes fueron restituidos a su hogar: volvieron con el papá. En cambio la bebita sigue acá después de tantos meses porque clínicamente no está como para que se le dé el alta – dijo Carolina Marilunga, la jefa de sala del hospital en septiembre de 2020.
Mientras los números oficiales agujerean los cartones pintados de las hipocresías institucionales, miles de pibas y pibes intentan buscar un cachito de alegría en estos desangelados parajes del universo.
Indigna la contundencia de las consecuencias de tanto saqueo impune.
Quizás por estas realidades, desde hace mucho tiempo, Quino piantó a otro lugar del cosmos, pensando que muchas niñas y muchos niños tienen demasiado para preguntar en un país que hace rato olvidó su prometido privilegio para ellas y para ellos.
- Por Carlos Del Frade