Bolívar, que moría un 17 de diciembre de 1830, era un hombre atormentado por las dudas. La única duda que no tenía era la de una América integrada y autónoma. Muchas décadas y mundos más adelante, Ernesto Che Guevara escribía a sus hijos “sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”.
Por Carlos del Frade
(APe).- El 17 de diciembre de 1830, hace mucho tiempo y a muchos mundos, sueños, dioses y pesadillas de distancia, moría Simón Bolívar, una de las encarnaciones individuales de luchas colectivas sudamericanas todavía inconclusas.
En abril de 1989, Gabriel García Márquez, ahora revisitado por la serie de “Netflix” sobre su obra cumbre “Cien años de soledad”, respondió en una entrevista vinculada a su libro sobre Bolívar que en las cartas del general, “en los testimonios de sus contemporáneos, en todo lo que tiene que ver con él se descubren las contradicciones de su carácter. La mayoría de sus biógrafos escogieron un aspecto de su personalidad y descartaron los otros para construir un hombre homogéneo. Yo pensé que lo justo era construirlo como era, atormentado por las dudas, menos por una: su idea de una América integrada y autónoma. Así que este libro debe ser un paraíso para los cazadores de contradicciones”.
No tenía dudas, Bolívar, en la idea de una América integrada y autónoma.
En este nuevo aniversario que parece estar a años luz de aquellos conceptos colectivos sudamericanos y que alguna vez también fueron los que impulsaban a miles y miles de argentinos y argentinas, es necesario reparar en los últimos días de aquel muchacho que con solamente 47 años sintetizaba el vendaval de pasiones de estos atribulados, saqueados e increíblemente tozudos arrabales del cosmos.
Una semana antes del adiós definitivo, Bolívar le escribió una carta dirigida a los pueblos de Colombia.
“…Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiáis de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
“Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.
“¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, terminaba su carta escrita en Santa Marta.
Mucho tiempo y muchos mundos después, Ernesto Guevara le decía a sus hijos, Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto, que “si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes. Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada. Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones. Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario…”.
Ahora, mientras se extingue 2024, en medio de una renovada voracidad saqueadora enancada en feroces principios consumistas e individualistas, aquellos mundos, sueños e ideales latentes en los nombres de Bolívar y Guevara parecen olvidados en otras tantas formas de sepulcro distintos a los imaginados por ambos revolucionarios.
Pero están allí, en el exacto lugar que espera ser descubierto cuando la conciencia empieza a preguntarse sobre el origen de tanto dolor en estos días crepusculares.
Fuentes: “Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989; carta de Bolívar a los pueblos de Colombia, Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830; carta de Ernesto Guevara a sus hijos, 1965.