- Por Carlos del Frade
“He dispuesto para entusiasmar las tropas y estos habitantes que se formen todas aquellas y hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar Bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional, espero que sea de la aprobación de VE”, remitió al gobierno desde Rosario el 27 de febrero de 1812.
“No había bandera y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiese como la Escarapela y esto con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las Naciones del globo, me estimuló a ponerla. Vengo a estos puntos, ignoro como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y, tal vez, enemigos; tengo la ocasión del 25 de Mayo, y dispongo la bandera para acalorarlos, y entusiasmarlos, ¿y habré, por esto, cometido un delito?. Lo sería si a pesar de aquella orden, hubiese yo querido hacer frente a las disposiciones de VE, no así estando enteramente ignorante de ella, la cual se remitiría al Comandante del Rosario y la obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido”, respondió Belgrano a la acusación en su contra por haber inventado la bandera.
“La bandera la he recogido y la desharé para que no haya ni memoria de ella y se harán las banderas del regimiento número seis, sin necesidad de que aquella se note por persona alguna, pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria para el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con lo que se les presente” dijo con amargura y bronca.
“En esta parte VE tendrá su sistema al que me sujeto, pero diré también, con verdad, que como hasta los indios sufren por el Rey Fernando VII y les hacen padecer con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oir el nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias con que los tiranizan”, desafía Manuel.
“Puede VE hacer de mi lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila y no conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria, otro interés que el de esta misma, recibiré con resignación cualesquier padecimiento, pues no será el primero que he tenido por proceder con honradez y entusiasmo patriótico”, remarcó.
“Mi corazón está lleno de sensibilidad, y quiera VE no extrañar mis expresiones, cuando veo mi inocencia y mi patriotismo apercibido en el supuesto de haber querido afrontar sus superiores órdenes, cuando no se hallará una sola de que se me pueda acusar, ni en el antiguo sistema de gobierno y mucho menos en el que estamos y que a VE no se le oculta…sacrificios he hecho por él”, terminaba aquella carta del 18 de julio de 1812.
A pesar de haber sido acusado de insubordinación, juzgado en dos oportunidades más por supuesta impericia y perseguido por la indiferencia de Buenos Aires, Belgrano siguió ocho año más bregando por el nuevo país imaginado y soñado en las febriles jornadas de mayo de 1810.
La osadía de haber creado la bandera lo exilió en forma definitiva de los intereses del puerto en relaciones carnales ya con Gran Bretaña.
Su ardiente pasión sería usada para terminar la guerra de la independencia pero sus ideas políticas económicas fueron sepultadas bajo la falsificación histórica y su suerte individual disuelta en la pobreza.
Mitre, sesenta años después, alzaría el pedestal de un Belgrano vacío de contenido, saqueado de sus proyectos y deseos.