Infancias exiliadas, escuelas presentes

educación
Fotografía: Mauricio Centurión

 Rosario, alguna vez no tan lejana, fue nombrada como la ciudad de las infancias. A mediados de 2022, los números dicen que quince niñas y niños fueron asesinados. Los medios de comunicación informan que de los 127 asesinatos ocurridos este año en el departamento Rosario –según el Observatorio de Seguridad Pública–, cuatro fueron víctimas de entre 1 y 6 años que recibieron disparos de arma de fuego.

De acuerdo a los datos oficiales, once chicos de entre 15 y 17 años también fueron asesinados.

El negocio desbocado del contrabando de armas roba vidas que ni siquiera crecen lo suficiente para pronunciar palabras bellas en una existencia que vale mucho menos que el dinero que acumula esas operaciones comerciales.

Las pibas y los pibes, las bebas y los bebés ya no están a salvo en la ciudad de las infancias ni tampoco conocerán el sabor de la vieja leyenda que habla sobre las chicas y los chicos como únicos privilegiados.

Mientras tanto, las maestras y los maestros salen a defender las escuelas y los jardines, como el número ochenta, ubicado en el sur de la ex comarca obrera e industrial.

El viernes 10 de junio, la comunidad educativa del jardín sufrió un ataque fuerte. El lunes hubo una hermosa movilización que funcionó como un abrazo solidario pero también se convirtió en una declaración de principios ante la violencia democratizada, consecuencia de los negocios impunes del contrabando de armas y el narcotráfico.

“Estamos viviendo en medio de un mundo y de una ciudad en el que las violencias son la noticia de los diarios del día, las violencias han ganado terreno naturalizando formas de vinculación que justifican discriminaciones, exclusiones, golpes, muertes.

“No es casual que esas violencias ingresen a la escuela produciendo heridas subjetivas que son muy difíciles de reparar. Lo estamos viendo pasar en diferentes escuelas queridas de la ciudad.

“Lo que vivimos el viernes 10 de junio de 2022 en el Jardín 80, es una muestra más del debilitamiento de la dimensión comunitaria de la existencia, de la degradación de la palabra como medio para dirimir conflictos, de la erosión del encuentro con el otro para resolver problemas.

“Esto nos rompe a pedazos, nos deja sin palabras, nos duele en el cuerpo.

Inmersas en una sociedad que parece no poder poner límites a tanta violencia salimos a educar cada día rogando que no nos toque…Abrazando a quienes les toca…, celebrando cuando todo transcurre con tranquilidad.

“Salimos con el delantal puesto y la esperanza en el cuore, con la tozuda convicción de la política del amparo como bandera. Y estamos, como en una película: “bajo sospecha” siempre: por lo que hacemos, por lo que no hacemos, por lo que tal vez hubiéramos tenido que hacer.

“Nos llenamos de miedos, de cuidados, de “por las dudas”. En cada escuela del territorio “somos” y “nos tenemos”, nos cuidamos porque aprendimos a cuidar, porque no hay educación posible sin política del cuidado, porque no hay lazo sin ternura…”, decía el hermoso documento “colectivo escrito por quiénes fuimos maestras en el Jardín 80” y que fuera leído en la concentración de por la escuela pública “como territorio de paz. Siempre juntas, cuando se necesita”, sostenían.

Duele la sangre derramada de las pibas y los pibes en los barrios pero también es preciso destacar la presencia de maestras y maestros que siguen allí a pesar de los pesares, insistidores y porfiados.

Hay injusticias y dramas pero también también hay resistencias y esperanzas.

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