- Por Carlos del Frade
El agua vale más que el oro, el litio, la soja y el petróleo.
Mientras que en la geografía de la provincia de Santa Fe, atravesada por el río Paraná en 700 kilómetros de su extensión, las lagunas aparecen secas o directamente desaparecen como efecto de la sequía, palabra tapahuecos que encubre el devastador efecto del extractivismo, la industria del turismo muestra, a nivel nacional, los millones de dólares que quedan como consecuencia de miles y miles de turistas que llegan a la Patagonia para contemplar los glaciares y los lagos cuyos celestes, azules y tonalidades lechosas asombran desafiando los límites de la razón.
Pero la belleza natural también resulta el saldo del saqueo y el genocidio a los pueblos originarios y los fusilamientos de los obreros que pretendían tener un botiquín y un paquete de velas para iluminarse durante las noches heladas en las estancias que surgieron sobre las tierras que alguna vez fueron de los tehuelches y mapuches.
Los intereses económicos de muy pocos hicieron que, hasta el presente, el agua valga menos que el oro, el litio, la soja y el petróleo.
Allí, al borde mismo del glaciar Perito Moreno, entre las profundidades del Lago Argentino y las montañas que guardan cerros mágicos como el Chaltén, el pueblo de El Calafate, surgido en 1927, alberga un Centro de Interpretación Histórica que debería ser visita obligada para las y los estudiantes de todo el país por lo menos en edad secundaria.
Hay una sala que se abre diciendo: “Tierra Aonikenk. Mantenga un respetuoso silencio”.
El texto que sigue es una pregunta que desafía al presente: “¿Y a vos qué te importan mis cantos?…ustedes son los que nos jodieron y ahora quieren que les contemos nuestras cosas… cuando yo muera Elal me llevará al cielo. ¿Y a vos qué te importa mi Dios?… Vos tenés el tuyo y yo tengo el mío”, dice Luisa Mercerat. Frase situada en 1967.
Más adelante, en esa habitación que da testimonio del genocidio y también del fusilamiento de los obreros de 1921 que tan profundamente investigó y denunció el inolvidable y querido Osvaldo Bayer, hay una foto de un pibe chileno que encontró el viaje a la pampa de arriba muy antes de tiempo luego de las órdenes del coronel Varela.
Es un chico de diecisiete años, Juan Esteban, fusilado entre sus compañeros obreros que peleaban por un cachito de dignidad humana en semejante paraíso que jamás fue de ellos pero que ahora explota en propiedades privadísimas.
Hay que mirar la foto de aquel chico. Tiene corbata y sus ojos parecen mirar con una carga de alegría y optimismo. Pero los fusiles de los soldados, cargados por los intereses terratenientes e ingleses, mezclados de cobardía gobernante, sepultaron sus sueños en la tumba colectiva que todavía espera nombres y apellidos en la estancia La Anita.
Mientras la sequía extingue cursos de agua, obra del modelo extractivista que jamás pensó ni previó la deliberada y notoria destrucción de la naturaleza; esas bellezas de la Patagonia con remanentes de miles y miles de pibas y pibes que como Juan merecían vivir. Merecían solamente vivir.
Quizás la trama del saqueo tenga tres momentos: explotación irracional de los bienes comunes, explotación irracional de las personas y aniquilamiento de las que se oponen y explotación contra las chicas y los chicos. Tres momentos que llegan hasta el presente.
En una de las pizarras blancas que muestran palabras, hechos e ideas en ese imprescindible museo de El Calafate hay otra cita que debe ser pensada en escala de presente: “…si podemos capturar indios este invierno, intentaré guardar una niña para enviársela…”, dice y escribió pletórico de impunidad y dinero la carta enviada por Mauricio Baun en el año 1899 al presidente de “La Explotadora”, Peter Mc Clelland.
“…intentaré guardar una niña para enviársela…”, síntesis de la perversión y crueldad todavía vigente.
En estos sitios del cosmos, bellos y únicos, los testimonios del museo de El Calafate muestran que el saqueo que empieza con los llamados recursos naturales, sigue con la explotación y el exterminio de miles de personas y culmina en la ferocidad contra las chicas y los chicos. Una matriz que continúa.