- Por Carlos del Frade
La insoportable repetición de los asesinatos en la geografía rosarina ha exasperado la susceptibilidad popular.
La masiva presencia de fuerzas federales es tan inservible como la humedad a la hora de detener los homicidios.
Chicas, chicos y personas que no tienen relación alguna con las transacciones narcopoliciales son víctimas de un proyecto que hace rato está más allá de la búsqueda del dinero y empieza a mostrar su perverso costado político.
Una especie de terrorismo rantifuso que crece de manera proporcional a mensajes de audio que se viralizan por whatsapp y propagan la viscosidad del temor y la irracionalidad crece en forma paralela que disminuye la credibilidad en la política y la democracia.
La muerte desbocada es socia del neofascismo en la saqueada Argentina, en el fragmentado mapa rosarino.
Como si todas estas sensaciones y todos estos hechos fueran pocos, vecinas y vecinos hablan de usar armas más allá de la ley y el estado y, entre algunos empresarios y ex funcionarios provinciales, empieza a circular la idea de escuadrones de la muerte para enfrentar a los extorsionadores que se han multiplicado como los precios.
La película “Pandillas de Nueva York” es, quizás, la mejor metáfora para entender la lucha por los territorios entre bandas violentas y política en cada sitio de la Argentina y América, escribimos hace varios años atrás.
La mención era a propósito de una secuencia de la inolvidable película de Martin Scorsese en la que el personaje de “El Carnicero”, reflexiona sobre el origen de su poder.
-…¿Sabes cómo me mantuve con vida tanto tiempo, todos estos años?
Miedo.
El espectáculo de actos terribles.
Si alguien me roba, le corto las manos.
Si se levanta contra mí, le corto la cabeza y la clavo en una lanza. La pongo bien alta para que todos en la calle puedan verla.
Eso es lo que mantiene el orden de las cosas. El miedo…-decía “el Carnicero”.
Ese nuevo orden de las cosas empieza a aparecer en los barrios rosarinos.
En el noroeste rosarino, en el barrio La Cerámica, media docena de asesinatos ha generado la necesidad de expresar, aunque sea oralmente, de usar armas en defensa propia.
El miedo abre las puertas al neofascismo y enfrenta a las personas más vulnerables contra sus iguales. La mayor perversión del sistema, pobres contra pobres.
Cuenta una excelente crónica aparecida el lunes 15 de mayo que “unas cien personas se juntaron en el playón de Molina y Cafulcurá, una lugar convocante del barrio La Cerámica. Como vecinos que se conocen de toda la vida, la idea era pedir justicia por Maxi, Maite, Benja y Luis, las víctimas —tres adolescentes— de los cuatro homicidios ocurridos en menos de una semana. El encuentro se convirtió en dolor, impotencia, en un aullido sin eco en un barrio que está solo frente a la más cruel violencia narcocriminal”.
Y agregaba la nota: “Poco a poco la gente se iba arrimando al centro del playón. “¿Dónde están los medios?”. “¿No viene el canal?”. “¿Vino el pastor?”. “Y el cura, ¿vino?”, se preguntaban las mujeres, hombres y niños del barrio que se sienten solos, abandonados al azar de los tiros.
“Si la policía no viene a cuidarnos, al menos nos vamos a defender nosotros. Armas no nos faltan”, aseguraba un vecino.
-Todo lo que dijeron los narcos lo están cumpliendo, matan a cualquiera y ahora nos dijeron que van a empezar a quemar las casas hasta que la droga aparezca – contó un hombre joven.
La racionalidad parece haberse exiliado de ciertas partes del mapa existencial rosarino.
La violencia narcopolicial multiplica los miedos y asoma el fascismo. Las pocas voces políticas que se alzan para denunciar estos negociados no son escuchadas. Momentos muy duros en la ex ciudad obrera.