Punta Quebracho y el billete de 20 pesos

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El Paraná es un río que tiene un claro mandato de libertad y soberanía, de dignidad y resistencia, de esperanza y futuro. Hay algo que no cambia: la decisión de un pueblo de enfrentar a los mandamás del planeta para expresar que no quieren resignarse a vivir pidiendo permiso sino que eligen la libertad de construir sus propios sueños.

Por Carlos del Frade

(APe). En estos tiempos de cruel colonialismo exacerbado bajo el gobierno popular de Javier Milei, resulta indispensable pensar en los fantasmas que se anidan en el 4 de junio.

Fue la gran victoria del pueblo de abajo contra el intento de usurpación de las tropas anglofrancesas.

Se ganó la primera guerra del Paraná. Fue el 4 de junio de 1846.

Hoy el portaaviones número cuatro de la flota norteamericana se pavonea en nuestras aguas demostrando su potestad sobre el territorio y el Comando Sur del Ejército del imperio está próximo a quedarse con la planificación de las riquezas argentinas que mayoritariamente salen por el Paraná.

Por esto tiene vigencia hablar del billete colorado, el de 20 pesos y la lucha en Punta Quebracho.

El billete de 20 pesos refleja el combate de la Vuelta de Obligado.

No está mal.

El heroísmo de las cadenas, la resistencia ante las principales potencias del mundo de entonces, Francia e Inglaterra y la dignidad de un pueblo perdido que demuestra su dignidad.

Sin embargo se perdió.

Los ingleses y los franceses pasaron.

Cortaron las cadenas y avanzaron por los ríos interiores.

En pleno siglo veintiuno, el símbolo que es sinónimo de soberanía recuerda, todos los días, que semejante gesto equivale a una derrota.

Sin embargo, aquella guerra del Paraná continuó.

El pueblo argentino no se rindió.

Y siguió habiendo peleas, combates y escaramuzas.

Hasta que un día, en estos desolados confines del mundo, donde la civilización solamente era una palabra que nunca parecía nutrirse de realidad, el 4 de junio de 1846, en Punta Quebracho, sur de la provincia de Santa Fe, los paisanos les ganaron a los poderosos invasores.

En el exacto lugar de la contienda, una maravillosa terraza cósmica que dibuja el Paraná a la altura de Puerto General San Martín, se levanta hoy la multinacional Cargill que llega a facturar 9 mil dólares por minuto y no paga impuestos provinciales.

Aunque hay una cruz y una placa que nada dice, ese punto del mapa argentino fue –alguna vez- monumento nacional. En los papeles sigue siéndolo. El problema es que corrieron de lugar ese mojón. Le molestaba a la empresa estadounidense.

Las aguas del mismo río

El viejo Heráclito, en Éfeso, hacia el siglo quinto antes de Cristo, sostuvo que nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río. Quería reflejar el continuo cambio de la realidad. El movimiento como eje del universo. Fuego que se prende y se apaga de manera constante. Eso decía aquel filósofo caratulado como un presocrático, según la historia del pensamiento occidental.

Uno tiene la sensación de que efectivamente Heráclito tiene razón. Las aguas de los ríos nunca son las mismas. Pero ese curso de agua que desemboca en el mar también es portador de la memoria del pueblo o los pueblos que crecieron, amaron y sufrieron en sus barrancas o en sus orillas.

A doscientos años del combate de San Lorenzo y ciento ochenta años de la reconquista de Malvinas que lleva adelante Rivero y sus compañeros, estar en Punta Quebracho es sentir que el Paraná tiene un mensaje.

Aquel 3 de febrero de 1813, los representantes del rey español fueron derrotados por un pequeño ejército compuesto por peones, hijos de esclavos y criollos que luchaban por decidir su futuro sobre la tierra donde habían nacido.

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Cabral, aquel morocho de casi dos metros de altura, murió muy cerca del Paraná con la idea de que su sacrificio tenía sentido en homenaje a las futuras generaciones que poblaran esas regiones.

Rivero, también en otro maravilloso dibujo que ofrece el poder del Paraná, en la Vuelta de Obligado, terminó sus días enfrentando a otro invasor, poderoso, como la alianza anglo francesa.

Un año después, la resistencia del pueblo argentino, en Punta Quebracho, otra vez con el Paraná como testigo, logró su victoria sobre la primera potencia imperial de entonces.

Es cierto que las aguas nunca son las mismas, pero sobre las costas y barrancas del Paraná hay algo que no cambia: la decisión de un pueblo de enfrentar a los mandamás del planeta para expresar que no quieren resignarse a vivir pidiendo permiso sino que eligen la libertad de construir sus propios sueños y convertirlos en realidad de acuerdo a sus proyectos y no según las imposiciones de afuera.

El Paraná, por lo tanto, es un río que tiene un claro mandato de libertad y soberanía, de dignidad y resistencia, de esperanza y futuro.

Sobre ese lugar de singular belleza, donde las aguas marrones se transforman en distintos colores según el juego que haga el sol al reflejarse en su curso, el ciclo de doscientos años parece hacerse pequeño.

Y allí está Rubén Rada, varias veces presidente de los Ex Combatientes de Malvinas a partir de los años noventa.

-Yo laburaba y era hijo de  laburantes. Fui a pelear a Malvinas para defender la bandera. Como me enseñó mi viejo que también era trabajador.  Y acá cerca peleó  Cabral y más allá, en la Vuelta de Obligado, lo hizo Rivero…Los dos eran laburantes y pelearon contra los invasores. Eran peones, trabajadores, gente bien de abajo. Como la mayoría de nosotros que peleamos en Malvinas. Me parece que ya es hora de reconocerlos – dice el veterano.

La continuidad de la historia no es forzada.

Por lo menos no se siente de esa manera allí, al borde del Paraná, en Punta Quebracho donde, efectivamente, le ganamos a los ingleses.

Muy cerca, donde ahora funciona el Museo del Convento San Carlos de San Lorenzo, Juan Scapigliati, director del mismo, relata que en los tiempos de la revolución los franciscanos apoyaron el movimiento de liberación.

-Hay que destacar al cura guardián de ese momento del convento, Spuru, le envía un saludo al nuevo gobierno. Son nuevos tiempos pero los sacerdotes juegan a favor de lo nuevo. Ya habían apoyado a Belgrano para instalar sus baterías con materiales que estaban usando para restaurar el convento. Estaban comprometidos con la revolución –sostiene Scapigliati.

En Saladas, en la provincia de Corrientes, mientras tanto, Carina, una maestra de tercer grado le cuenta que Cabral, el hijo de esas tierras, “fue un héroe y que hay que estar muy orgullosos de formar parte del mismo lugar donde nació. Pero también es verdad que los chicos de hoy no encuentran mucha relación con él”, confiesa.

La maestra es sincera y habla con este cronista en medio de los festejos del 25 de mayo de 2012, donde una escuela camina por las calles centrales de la ciudad con una gran bandera que anuncia que el próximo año recordarán los 200 años del paso a la inmortalidad del saladeño más famoso, Juan Bautista Cabral.

“Seamos libres…”

Rubén Torres es el titular del Centro de Ex Combatientes de Malvinas de Saladas. Está orgulloso de desfilar junto a la gente de su pueblo y teniendo en el horizonte cercano el bicentenario del combate de San Lorenzo.

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Dice que la guerra de 1982 los sorprendió cuando eran muy jóvenes.

-Pero siento orgullo de pertenecer a la tierra de San Martín y Cabral. Los chicos nos toman de referentes. Dicen que nos parecemos a Cabral, que somos los Cabral de este siglo…Para mí es necesario defender la patria, cantar el himno y respetar los símbolos – dice Rubén no sin melancolía y una marca de tristeza que no parece irse.

Uno de los grandes historiadores de la Argentina, Norberto Galasso, autor de la imprescindible obra sobre San Martín, “Seamos libres, lo demás no importa nada”, marca la contradicción de las crónicas oficiales en torno a Cabral.

-Encontré una carta del que sería el padre o mejor dicho el dueño de Cabral que le pide a San Martín que no lo haga pelear con la caballería, sino con la infantería. Hablaba como si fuera el dueño de un esclavo. Los del Instituto Sanmartiniano no dijeron nada. Hasta que un sacerdote escribe un libro donde dice que se trata de un esclavo y que cuando muere dice su famosa frase: “Muero contento hemos batido al enemigo”, pero en guaraní. Seguramente era bilingüe, como San Martín también lo era. De allí que traduce la frase y lo escribe en el parte de batalla. Cabral agoniza en el Convento. Para Mitre y la gente civilizada esto es irritante: que tanto Cabral como San Martín supieran y fueran guaraníes es mucho. No lo pueden soportar. Y tampoco se encontró su nombramiento como sargento – sostiene Galasso.

Una vez más en Saladas.

Rosa es una mujer muy simpática que trabaja en el museo histórico donde hay una potente recreación artística de Cabral en una de sus esquinas.

Ella está acostumbrada a contar la historia a los visitantes.

-El sargento Juan Bautista Cabral nace a 16 kilómetros de aquí. En el campo de los Casafús. Lo traen con la peonada. Y luego va con los granaderos en Retiro y muere el 3 de febrero de 1813 en la batalla de San Lorenzo…Lo valoramos mucho. Es muy importante lo que hizo. Se hizo la patria gracias al coraje del negro Cabral – dice Rosa y hay algo que emociona cuando pronuncia esa última parte “gracias al coraje del negro Cabral”.

Lo dice con orgullo y también con ternura y simpleza.

El orgullo, la ternura y la simpleza que caracteriza a las mayorías argentinas cuando reconocen que uno de los suyos es reconocido por auténtico y valiente.

Elpidio González está vestido de gaucho.

Es hombre de a caballo.

Está en el desfile junto a su pueblo. Es 25 de mayo de 2012.

El sol de la tarde va pintando las primeras sombras en Saladas, la tierra de Cabral.

Elpidio lleva orgulloso la bandera argentina.

Es el principal referente del Centro Tradicionalista “Juan Bautista Cabral” de esta porción de la geografía correntina.

-Juan Bautista Cabral fue un morocho, un negrito, hijo del indio Francisco y la esclava Carmen. Desde niño fue educado en las difíciles tareas rurales y se convirtió en un muy buen jinete. Se enganchó en las milicias y se sumó entonces al regimiento de Granaderos a Caballo. Seguramente cuando se embarcó con destino a Santa Fe no sabía que, en realidad, su destino sería muy grande. Lo único que tenía viajó con él: dos fletes, según dicen los testimonios de la época. Aunque cuentan que estuvo en las invasiones inglesas eso no es verdad, primero por la edad y segundo porque eso se desprende de una carta y él no sabía leer ni escribir. Era analfabeto pero hablaba el guaraní y el castellano también. Para nosotros Cabral es el ejemplo de lo que son capaces los hombres más humildes que están aferrados a la suerte de su tierra y que son amantes de sus familias. Siento orgullo como saladeño por Cabral – dice Elpidio, fiel creyente en cada una de las palabras que pronuncia, en cada una de las palabras que desde el fondo de la historia hace que él se sienta único en este lugar del mundo.

Una marca en la historia

Armando Fernández nos recibe en su casa en un edificio cercano a la Plaza de Mayo, allí donde nació el sueño colectivo inconcluso de la Argentina.

Sus notas y libros son los principales documentos utilizados para la realización de esta investigación.

Es un hombre apasionado y generoso.

Y trata de contagiar sus sentimientos cuando refiere la historia de Rivero en Malvinas.

-Cuando la Sarandí marchó a Buenos Aires, Rivero y sus indios se quedaron. Maza urgía a Rosas para recuperar Malvinas pero había otros asuntos que le merecían más atención. Los nuevos jefes pusieron al nuevo gobernador. Empezó un tiempo de explotación y expoliación. Entonces a los peones les estalló la rebeldía liderados por Antonio Rivero. Había nacido en 1808 en Arroyo de la China. Esa rebeldía fue llevada adelante por ocho hombres que pasaron a la historia como los ocho de Malvinas. Pasaron a degüello a los ingleses y Rivero izó la bandera argentina. Fue la primera reconquista de Malvinas – dice con orgullo y tristeza por el final de aquel tipo valiente y humilde como era Rivero.

Para Hugo Bottazzini, otro historiador conmovido por la historia del entrerriano, existe una marca de su historia en la memoria popular.

-En los fogones hablaban de Rivero como lo hacían de Juan Moreira. Todos contaban que habían estado con él. Era un motivo de orgullo. Porque el orgullo era consecuencia de lo que creían. Ellos creían en la patria como algo más que una simple palabra – dice el escritor que vive en Rufino, sur profundo de la provincia de Santa Fe.

Pero hay que volver al Paraná.

Es el río que lleva a Malvinas.

Sus aguas tienen la memoria de una lucha que va y viene por la historia argentina.

La Vuelta de Obligado, cerca de la ciudad bonaerense de San Pedro, es también una geografía hermosa.

Allí está Karen, guía del museo que refleja algo de aquella pasión puesta al servicio de la defensa de la tierra como sinónimo de familia y futuro.

-Este es el museo de la Vuelta de Obligado…está ubicado sobre el campo mismo de batalla…lo que más me llama la atención a mí y a los chicos es estar parados en el campo de batalla donde se peleó por la soberanía y fue acá enfrente donde se cortaron las cadenas – dice.

El futuro vuelve arrastrando el pasado.

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Las aguas del Paraná y del río de la Plata vienen de Malvinas.

-El 3 de enero de 2013 los ingleses van a celebrar la toma de Malvinas producida ciento ochenta años atrás. El 26 de agosto nosotros también tenemos que celebrar que indios y gauchos se rebelaron contra esa usurpación. Porque lo hicieron los hombres del pueblo. Allá por 1982 algunos militares quisieron ponerle a Puerto Argentino, Puerto Rivero. Vi los mapas. Pero aquellos que seguían interese inconfesables lo dejaron de lado porque recordaron que lo habían nombrado como ladrón y asesino – dice Armando Fernández, con irrefrenable pasión argentina.

-Sueño que alguna vez haya una estatua del Gaucho Rivero en las Malvinas – marca como cierre de la entrevista.

Otra vez las aguas del Paraná.

Pasado, presente y futuro.

Cabral, Rivero y Malvinas.

Los peones, los trabajadores, los indios, los negros, los que son más, los que siempre pelean para ser felices…

-Acá estamos en Punta Quebracho. Fue acá donde le ganamos a los ingleses. Fue el 4 de junio de 1846. Pasó mucho tiempo. Pero seguimos insistiendo en ser un pueblo soberano. Y para conseguirlo, no tengo dudas, que vamos a  necesitar muchos más peones heroicos como Cabral y Rivero. Porque la verdadera soberanía se conquistará cuando los trabajadores argentinos sean felices – dice Rubén Rada, referente permanente de los ex combatientes de Malvinas.

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