Valentín Solís tenía catorce años y Eric Galli, quince años. Los mataron el jueves 24 de noviembre de 2022 en un barrio de Rosario. Que se desangra en pibes y deja, como los de Valentín y Galli, pupitres vacíos.
Detrás de los números que marcan la evolución de los homicidios en el Gran Rosario, hay nombres, apellidos, historias y explicaciones, algunas racionales, algunas irracionales. Valentín Solís tenía catorce años y Eric Galli, quince años. Los mataron el jueves 24 de noviembre de 2022 en Sanguinetti al 5600, en un barrio rosarino.
La prepotencia de las violencias urbanas parece ufanarse de distintas formas de olvido sobre los dolores inimaginables en las familias que sufrieron las atroces mutilaciones de sus pequeños pero irremplazables mundos.
–Yo conozco a los que tiraron, son pibitos, unos guachos que se quieren comer el mundo y lo hacen por maldad…Yo vi que pasaron caminando y que después volvieron – le dijo un muchacho de esa geografía de la ex ciudad obrera a un lúcido trabajador de prensa.
“Por maldad…”, fue la frase que intentó ser sinónimo del porqué, de la causa del brutal doble homicidio adolescente.
Pero esa maldad quizás no tenga relación con dioses empecinados en arruinar la existencia humana.
Los motivos de esa maldad no parecen ser solamente psicológicos ni mucho menos metafísicos.
A estos pibes los mataron con balazos que se venden o alquilan porque el negocio de las armas y las municiones no tiene dique alguno en estos puntos del mapa.
Porque si los matadores son pibitos que se quieren comer el mundo, habrá que decir que el planeta hace rato está siendo consumido por un sistema que tiene en el tráfico de las armas una de sus más notorias arterias que lo alimenta cotidianamente.
Pero más allá de los balbuceos que intentan encontrar una lógica al doble asesinato de Valentín y Eric, queda el dolor de la gente sencilla del barrio.
–Hoy nos pasa que tenemos tres bancos vacíos, por dos chicos muertos y una internada. No por cualquier cosa: por balas – dice la maestra Verónica Montanri, de la escuela 240, “Lola Mora”.
Los pupitres vacíos son una marca existencial brutal en la vida colectiva de la ciudad archipiélago.
Otro trabajador de la educación de la misma escuela, Andrés Giura, sostuvo que “se habla mucho de este tema con los chicos, ellos quieren y necesitan hablarlo. Lo trabajamos pero con los límites que tiene la escuela respecto de un problema que nos trasciende absolutamente…Este es el eslabón más débil de un negocio que trae la violencia al barrio, pero que sería imposible sin que existan eslabones más altos, que son los que no van a juicio o no van presos. Se ataca a los sectores populares como si fueran el problema de la cuestión, pero en realidad son los que lo sufren…Ya mataron a dos chicos ¿qué viene después de esto, intentar solucionarlo militarizando el barrio?… Un patrullero en la puerta de la escuela puede descomprimir la situación momentáneamente, pero no resuelve nada. Siguiendo esas políticas lo único que vimos es que se incrementa el problema“, reflexionó el docente.
El fiscal Adrián Spelta, a cargo de la investigación, dijo que los chicos fueron atacados por tres personas con “un arma de grueso calibre y de rápida repetición”. Sin embargo restaba confirmar si se había tratado de una ametralladora o de una pistola manipulada para lograr ese poder de fuego.
–Él se levantaba, se bañaba, comía algo, iba a la escuela, salía y se quedaba un rato acá, después se volvía a mi casa…Él era un chico muy bueno, no tenía nada que ver con los ajustes de cuentas ni con las drogas – dijo la estragada mamá de Valentín.
Valentín y Eric fueron arrancados brutalmente de este inexplicable regalo cósmico que es la vida. No fue la maldad caprichosa de dioses siniestros, si no la consecuencia del negocio impune de la democratización de las armas sobre el que casi nada se habla ni en la provincia de Santa Fe ni tampoco en la nación unitaria que es la Argentina y que se maneja desde Buenos Aires.
En la permanente lucha del amor contra la muerte y el poder, los bancos vacíos en la escuela a la que iban estos chicos rosarinos demuestran que, por ahora, el comercio ilegal de las balas matadoras se impone a la tozuda resistencia de los afectos y, para colmo, se disfraza de supuesta maldad extrahumana.