La muerte del periodista rosarino Leonardo Graciarena conmovió por lo que Carlos del Frade define: “vivir con la angustia derivada de la avaricia del poder de parte de los patrones de los grandes medios genera una muerte por implosión”. Su corazón respondió a estos estímulos y dijo basta. “Al final siempre estamos solos”, dice aún su estado de whatsapp. Pero se equivocó.
“Al final siempre estamos solos”, todavía se lee en la leyenda que surge de la imagen del contacto por whatsapp del querido y admirado trabajador de prensa, Leonardo Graciarena. Lo escribió el 23 de marzo. Cuando el corazón le estalló el martes 18 de junio de 2024, a los 55 años, la noticia se hizo insoportable e inaceptable para todas las personas que lo conocíamos desde hace treinta años como mínimo.
Eran los días finales en el ferrocarril, los últimos en su formación como periodista y los primeros pasos como productor integral de un programa en la FM Latina de la ciudad de Rosario que comenzaba a sufrir su metamorfosis de geografía obrera a paisaje de servicios y lavado de dinero.
Le costó muchísimo quedar como trabajador estable en el diario “La Capital”, todavía hoy “decano de la prensa argentina”. Empezaban los años de la noticia obediente, consecuencia política y laboral que imponían los multimedios. Los hermanos Vila y José Luis Manzano se hacían cargo de los diarios de las principales provincias argentinas con el objetivo de enriquecerse y usar los medios como fenomenales herramientas de extorsión y subordinación a la política resignada y quebrada ideológicamente. Hoy hay otros que se creen capaces de elegir intendentes y gobernadores y son los que enseñan cátedras de empresarios con responsabilidad social. Hipocresía tolerada, mantenida y ampliada por quienes pagan para aparecer diciendo resignaciones varias.
Sin embargo Leo, vasco y canayón, sensible hasta la médula y con risa estentórea y ademanes ampulosos, jamás se resignó. Hay una pasión particular en el particular oficio del periodista. Saber escuchar para saber contar lo que pasa, como escribió alguna vez Rodolfo Walsh, produce una necesidad honda, entrañable, de difundir eso que surge de la confianza de una persona atravesada por miedos y urgencias que confía en esa trabajadora o ese trabajador de prensa. Tesoro del cual jamás sabrán nada los que ostentan el título de dueños de medios. Quizás sepan algo de cómo hacer dinero en este sistema corrupto que desprecia la sensibilidad y lucidez de gente como Leo pero de periodismo no entienden que se trata de una de las alternativas de eso que todavía existe y se denomina humanismo.
Leo se convirtió en uno de los redactores de la sección policiales con una envidiable capacidad de estar en medio de barrios atravesados por negocios mafiosos y en los cuales, según me contó, estuvo dos veces cerca de ser ejecutado por muchachos con el cerebro devorado. Cuando los remiseros se querían ir, Leo se quedaba un rato más. Cuando el diario ya decía que no tenía caja chica, Leo iba igual.
Leo es uno de los grandes periodistas de la crepuscular Argentina de las primeras décadas del siglo veintiuno.
Pero los grandes medios de comunicación han decidido en esta Argentina cruel reducir, una vez más, sus plantas de trabajadoras y trabajadores. Les importa nada que gente como Leo hayan dado mucho más que horas de trabajo a favor de sus concentraciones de riquezas y poder mediante la resignación de la política gobernante, tanto en la ciudad, la provincia y las administraciones nacionales.
Sucede que las formas de morir describen las formas de vivir.
Vivir con la angustia derivada de la avaricia del poder de parte de los patrones de los grandes medios genera una muerte por implosión.
Una doble plusvalía le chupan a las personas que trabajan en los grandes medios: la económica y la existencia. Les vampirizan sus ganas de seguir, les convierten en una sustancia agria su pasión inicial, aquella que genera el curioso método de escuchar bien para contar bien. Les estrujan su estómago y sus mentes como si fueran pasas de uva y hay momentos que no resulta sencillo irse o quedarse.
Porque uno es lo que hace todos los días y en donde lo hace todos los días.
Cuando uno deja de hacer lo que hace todos los días, deja de ser. Desocupado, desaparecido, como tantas veces aprendimos de los años noventa.
A lo que hay que sumar el paisaje inaguantable de las sillas de las compañeras y los compañeros, de las amigas y los amigos que ya no están en la redacción y que hoy queda demasiado grande, vacía y gris de ausencia.
Leo estaba estrangulado de angustia, consecuencia de los negocios de estos tipos que dicen ser dueños de medios de comunicación y cuentan con la impunidad que le adjudican otros poderes de una sociedad desigual.
Pero Leo se equivocó.
El miércoles 19 de junio de 2024, los que fuimos a saludarlo supimos que no estaba solo.
Porque muchas y muchos lo queremos y lo seguiremos haciendo.
Vayan estas líneas para las trabajadoras y los trabajadores de prensa y para las pibas y los pibes que estudian periodismo.
No se dejen quemar la cabeza ni agriar el alma.
Ustedes valen mucho más que la miserable existencia de muchos dueños de medios de comunicación que saben de lavar dinero, extorsionar y acompañar saqueos.
Querido Leo, estás en nosotros.
Fuente: Entrevistas y existencia del autor de esta nota.